¿Qué estamos buscando?

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Por Juan Luis Ferreira, presidente de ADEC

La pregunta fue recientemente dirigida a los fieles por el padre Lalo Alborno durante una de sus homilías en la parroquia Sagrados Corazones de Jesús y María, y es muy pertinente en su alcance general y en cualquier momento de la vida. Puede verse la homilía completa en internet y en esta columna la reduciré a un enfoque sesgado a la actividad empresarial. Igualmente extenderé el concepto de empresario a emprendedores, cuentapropistas y profesionales independientes. En general, todos buscamos tener éxito, ser reconocidos, tener ingresos, generar oportunidades, ser productivos, usar nuestros talentos, sentir la adrenalina de la competencia y perdurar el mayor tiempo posible. Esa es la parte fácil de la respuesta.

¿Qué más? ¿Qué motiva a un empresario cristiano a arriesgarse, invertir, prestar, competir, a pesar del contrabando y la informalidad, el clima, los precios internacionales, las regulaciones o la competencia desleal o injusta, u otras condiciones adversas o de riesgo? De los premiados por la ADEC he aprendido que hay varios elementos comunes, entre ellos, hay dos que me impactan: en primer lugar, quieren cambiar positivamente la vida de los demás, dando oportunidades, generando empleos, dando un buen producto o servicio, respetando el medioambiente y la comunidad. En segundo lugar, tienen un propósito y sueñan con dejar un legado: si hacen pan quieren que su sabor y su aroma sean una sensación agradable para sus clientes y quieren que sus colaboradores se sientan parte de algo grande. Por eso, con mucha frecuencia nos encontramos con gente cuya grandeza de contribución empresarial y social es muy superior a los números de sus balances.

¿Qué más estamos buscando? Hay otros dos elementos que la pandemia nos ha recordado su importancia. Uno de ellos es la solidaridad. Las ollas populares han sido una respuesta fuertísima, un soberbio mensaje de resistencia civil. Hubo una explosión de valiente voluntariado para convertir a un padre en maestro, a una madre en emprendedora, a un vecino en socio. Hasta hemos sido capaces en algunos casos de asociarnos con la competencia. Sin embargo, aún debemos lograr más solidaridad echando gradualmente las distintas barreras que excluyen, alejan o complican. Entre ellas: las restricciones de edad, condiciones injustas para las mujeres (y a veces también para los hombres), la seguridad y el transporte callejeros, y las opciones para personas discapacitadas. Debemos encontrar o desarrollar todas las opciones que permitan que más gente pueda trabajar, colaborar o participar. El segundo elemento es un viejo desafío: debemos mejorar nuestro sentido colectivo. Dejemos de contaminar ambiente, aguas y tierras. Dejemos de exigir que colaboradores con síntomas vayan a trabajar. Dejemos de ser cómplices de la corrupción que malgasta el dinero de los contribuyentes.

De estas búsquedas e interrogantes debemos salir con respuestas, con planes y con acciones, y debemos hacerlo pronto.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para encontrar las mejores respuestas.

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