Los argentinos no saben votar

Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com.py

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Escuché muchas veces esta frase como explicación del sopapo electoral que recibió Macri. Desde lo alto de la experiencia paraguaya resulta cuando menos curioso que se critique esa decisión popular con tanto simplismo. Debe haber algo más, me dije. Y es entonces cuando uno choca con esa palabreja: populismo. Parece una plaga en expansión que amenaza a las democracias.

Sin embargo, su definición es complicada y tiene múltiples aceptaciones.

Es un concepto político que refiere, en general, a movimientos que se muestran combativos frente a las clases dominantes. El populismo construye su poder apelando al pueblo, reduciéndolo a las clases sociales pobres, marginadas por culpa de minorías privilegiadas. Cuando esa noción se usa de manera positiva define a propuestas que buscan construir el poder a partir de la participación popular y de la inclusión social. Pero lo habitual es que la palabra se use de manera peyorativa: un líder populista es alguien que trata de conseguir los votos de los humildes sin importar las consecuencias para el resto de la sociedad.

Lo malo es que el “pueblo” es una entidad imaginaria, poco homogénea y diversa en ideas y objetivos. ¿Quiénes constituyen el pueblo? Lo tangible son personas diferentes que piensan y actúan con criterios individuales y que, a veces, coinciden entre sí. El resto es simplificación. Por eso, cuando Jorge Luis Borges le pidieron su opinión sobre los franceses, contestó: “No los conozco a todos”.

Como sea, la palabra populismo se ha vuelto sinónimo de demagogia, autoritarismo o vulgaridad. Sirve para desacreditar ideas económicas heterodoxas y para emparentar medidas de apoyo a grupos sociales desfavorecidos con el despilfarro del “dinero de todos”. Desde esa visión conservadora y hegemónica un subsidio estatal es un regalo, no un derecho. Lo notable es que la vara es diferente según donde se aplique. Cobrar impuesto a los ricos es populismo si lo hace un gobierno latinoamericano pero es una medida socialdemócrata si se trata de un país europeo. Lo que aquí es un carnaval con fondos públicos, allá es el costo del estado de bienestar.

Los teóricos de las recetas económicas ortodoxas subestiman el impacto que la presencia protectora del estado tiene en las capas sociales más desfavorecidas.

El argentino Ernesto Sábato, quien festejaba en septiembre de 1955 la caída de Perón, escribió: “Aquella noche mientras los doctores, hacendados y escritores celebrábamos ruidosamente la caída del tirano, en un rincón de la cocina vi como las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora”.

¿Qué hay corrupción en los gobiernos populistas? Por supuesto, igual que en los neoliberales. No está allí la diferencia. Está en la esperanza. Macri perdió en el terreno en el que, se suponía, mejor se movía: la economía. No cumplió sus promesas de bajar la inflación, disminuir la pobreza y el desempleo y levantar la producción. ¿Por qué los argentinos habrían de votar más de lo mismo?

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