18 jul. 2025

Le llamábamos “Luli”

Hace poco más de una semana, el sábado 26 de setiembre, falleció el Dr. Luis Manuel Andrada Nogués. Político de larga militancia socialcristiana, empresario, despachante de aduanas, y abogado de nota, pero sobre todo hombre de familia y de iglesia. Aquellos que lo habíamos conocido de siempre, de saltos y correrías, sólo le llamábamos Luli. Era el amigo rotundo y de gran corazón, que podía ser vehemente pero profundamente sensible con los sufrimientos del prójimo. Luli había cumplido 66 años hace unos meses, y a pesar de haber estado luchando con coraje contra el cáncer durante bastante tiempo, seguía escribiendo, comentando y esgrimiendo su teclado sobre los aconteceres de la política criolla.

Luli fue tal vez uno de los últimos epígonos de la brillante generación que fundara y acompañara a los primeros fundadores de la Democracia Cristiana, de la que fuera, en una oportunidad, presidente. Pero Luli no fue sólo eso, es decir, un político activista aunque la política era su pasión. Su labor intelectual y jurídica también fue considerable. Como muestra, ahí están los textos jurídicos, plenos de juicios serios para estudiosos de la realidad aduanera, e intuiciones agudas sobre la realidad jurídica nacional. Basta hojear sus textos sobre Derecho de Familia en el Anteproyecto de Código Civil de 1984 así como la Ley 222 sobre el GATT publicada en 1997 y el reciente comentario al Código Aduanero del corriente año.

Pero Luli fue sobre todo un historiógrafo de nuestra atrabiliaria política criolla, polemista del carnaval de incoherencias éticas que engalana nuestra historia. Su libro publicado unos meses antes de la elección del presidente-obispo Lugo, en 2008, La rebeldía de Lugo y la Mitra abandonada, fue no sólo el aldabonazo de cara a la fidelidad al llamado del Santo Padre y la suspensión de Lugo, sino, y sobre todo, el anuncio de lo que habría de venir, de lo se nos vino y de lo que se nos vendrá. Es que a medida que los acontecimientos se precipitan, este texto no solo será considerado un clásico del tenor de los infortunios de Teodosio González, sino más que eso; un libro profético de un país donde, como Luli solía decir: “Pasa cualquier cosa, hasta que un obispo sea presidente”.

Para Luli no había medias tintas cuando de lo que se trataba era la defensa de la libertad y la democracia, o la fidelidad a Cristo y a su Iglesia. No un demócrata blanqueado de los de ahora. Ni mucho menos un cristiano tibio o políticamente correcto como abundan estos últimos tiempos, Luli fue de frente y sin ambigüedades siempre así, desde cuando predicar la libertad significaba el destierro y la cárcel.

Luli tenía a quien salir. Su padre, el recordado Carlos R. Andrada, tampoco paraba mientes en cantarle las verdades al poder de turno desde el diario El Tiempo de los años 40, cuya colección el propio Luli publicara en esmerada edición bajo el título de La Democracia Orgánica a través de EL TIEMPO, en 2006.

No fue elegido diputado ni senador, ni tampoco nombrado ministro o embajador; mucho menos condecorado por sus servicios a la patria y a la Iglesia. Su misión fue otra. Tal vez, me imagino la imagen de un profeta de Israel. La de un Isaías o un Jeremías que llamaban a las cosas por su nombre y el pueblo, que adoraba y adora otros dioses, no se atreve a escuchar. Ese era el amigo al que le llamábamos Luli y que, eso espero, su testimonio, sus libros y su vida sirvan de inspiración a los jóvenes paraguayos. Al escribir este artículo, lejos en la geografía pero cercano en el corazón, y a pesar que empiezan a blanquear en mi cabeza muchos recuerdos, tengo la fe y la certeza de que, en estos momentos, el amigo al que llamamos Luli, ya goza la comunión de los santos con el Padre de lo alto, allí donde la fragilidad del viento y el soplo de la vida no tienen fin.