Por Juan Luis Ferreira, presidente de ADEC
Los cristianos no celebramos una fecha, celebramos un hecho en Navidad: El nacimiento de Jesús. El mensaje sencillo de un niño en medio de precariedades desde una cueva en los montes de Judea sigue retumbando y desafiando y por ello, compartimos algunas reflexiones desde la Asociación de Empresarios Cristianos.
Frente a la pandemia y cuarentena hemos sido testigos de un enorme sacrificio de muchísimas personas tanto en el ejercicio de sus profesiones como en innumerables formas de ayudar a los demás: Desde el enfermero trabajando mucho más de 8 horas diarias hasta la madre que agregó el rol de maestra o el maestro que colaboro más como padre, pasando por el maravilloso gesto de las ollas populares y las ayudas parroquiales, solo por dar algunos ejemplos. Un enorme GRACIAS.
Muchas relaciones y conceptos han cambiado. Muchos principios están en análisis. Muchos indicadores ya no sirven, habrá indicadores nuevos. Muchos triunfos y derrotas parece que son engañosos. La tarea de examen de conciencia, de evaluar, mejorar nuestro conocimiento, orar, renunciar, perdonar, estudiar la Palabra, cuestionar prejuicios, recorrer nuestro interior espiritual y mental, cuidar la familia, cuidar nuestra comunidad, y tejer mejores relaciones con nosotros y los demás no ha terminado. Nuestra solidaridad responsable es una actitud que debe continuar.
El empresario cristiano debe seguir haciendo un profundo análisis y encarar todas las acciones pertinentes para construir empresas más sólidas porque su fragilidad castiga inexorablemente a los que menos culpa tienen. Debe seguir explorando todas las variantes que permiten a las personas desarrollarse armónicamente en todos los aspectos. La caridad empieza por casa y el ahorrar, prever, hacer tratos justos, cumplir promesas y gastar bien deben ser habituales en la cotidianidad comercial. Sin renunciar a erradicar las malas prácticas públicas y privadas debemos encontrar formas de premiar a los que actúan bien, y apoyarlos para que sigan progresando. Las buenas personas que conocemos todos los días deben ser protegidas, reconocidas y alentadas y lograr que sean aún más útiles a los demás.
Es muy probable que tengamos cerca días mejores. Sin embargo, nuestra alegría cristiana solo será plena cuando logremos la prosperidad de todos, cada día un poco mejores, y consigamos que dejen de existir personas con carencias o exclusiones injustas. Está a nuestro alcance, es solo achicar nuestro egoísmo o nuestra vanidad y construir alianzas. Uno de los recordatorios de estos tiempos ha sido que la conducta de cualquier persona en cualquier parte del mundo afecta a los demás, aunque esté a miles de kilómetros. Igualmente evitemos las polarizaciones, las iras, miedos y rencores y hablemos, sigamos hablando y buscando la verdad.
Recemos para tener coraje y sabiduría porque estas tareas no son fáciles y podríamos encontrar feroces oponentes.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para conservar la fraternidad, buscar la paz, practicar el diálogo y la conciliación y seguir construyendo una sociedad más justa. Dios los bendiga.