14 may. 2024

Felisberto Hernández, realidad e imaginación de un icono literario

Denise Sabino Villanova
Investigadora
Dmsabino@outlook.com


El escritor y pianista uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964) es un clásico dentro de la literatura hispanoamericana, un icono literario. Elevado a la categoría de mito, es considerado una referencia única para muchos otros grandes escritores como Jorge Luis Borges, García Márquez e Ítalo Calvino, quien dice, en el prólogo de la edición italiana (1974) de Nadie encendía las lámparas (1947), “(…) no se parece a nadie: A ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, (…) desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas”.

Hasta el día de hoy, no existe un consenso crítico sobre el estilo de Felisberto Hernández, a través del cual se pueda fijar una nominación de género. Podríamos decir que Felisberto, como se le conocía, con el pretexto de la falta de una categoría de género literario que pueda recibirlo, tiene, entonces, clasificación propia: Felisbertiana.

La categoría “correcta” para Felisberto sería, tal vez, la neurofilosofía/neuropsicología (el estudio de la imagen de la mente) y la neuro-literatura: La construcción de la subjetividad. Aun así, no sería posible afirmar con certeza la pertenencia de la obra de Felisberto a estas categorías. Su escritura desafía todas las tentativas de clasificación.

En el universo literario de Felisberto, el narrador y el lector se ven a sí mismos como voyeurs (observadores indiscretos) de su trabajo, como en un juego literario, a través de las “zarabandas mentales” del autor (José Pedro Díaz, 1985). Se trata de un trabajo similar al que se encuentra en una partitura elaborada, que solo puede ser interpretada por una mente como la de Felisberto y/o su colección de “yos”.

Su perspectiva humana, subjetiva, íntima y fracturada se traslada a sus obras contemporáneas y actualizadas, sin precisión de tiempo y espacio, consideradas como universales, atemporales.

Muchas veces él no encontraba “un tema” para escribir, y eso se transformaba en el tema en sí. Una cara, un cigarrillo, el modo en el cual él (autor-narrador-personaje) era percibido por los demás, los sentimientos... todo se convertía en un tema para escribir. Con su estilo digresivo, de intervalos constantes para recordar algo, para transmitir mejor lo que él quiere decir, sus digresiones invitan a los lectores a interrumpir el ritmo “lógico”.

A propósito de esto dice Felisberto en La Envenenada (1931): “Deja de leer este libro tantas veces como sea posible: Es casi seguro que lo que piensas en estos intervalos es lo mejor en el texto”.

Laberinto de emociones

En uno de sus cuentos, Elsa (1931), que pronto cumplirá 90 años, Felisberto cuenta, en primera persona, la historia de un hombre y una mujer, Elsa, sobre la cual afirma -o asume- que pronto dejará de amarlo.

Felisberto camina por el laberinto de las emociones contradictorias, creando un nuevo compartimento y dimensión para cada sensación, que introduce en su narrativa, trayendo así un mundo de emociones y sensaciones tanto conocidas como desconocidas para el lector. Cuando habla de Elsa, dice que no quiere decir cómo es ella, porque entonces el lector se hará una imagen preconcebida y esa mujer no es necesariamente como la imaginará el lector. En este sentido, quiere predecir un hecho, mediante un axioma, afirmando algo, pero dando margen al error. Una afirmación no es siempre necesariamente cierta. En la obra de Felisberto, así como en nuestras vidas, hay en todo un poco de curiosidad satisfecha y un poco de duda.

¿Será Elsa fruto de su imaginación deliberada? El lector no lo sabe. Y no lo sabrá. Solo puede confiar en el autor. O desconfiar de él. ¿El propio autor lo sabrá? El lector tendrá que decidir.

Felisberto se usa sí mismo como una herramienta disponible para comenzar una “nueva” cadena de escritura, continuamente creando y reinventando cosas, descubriendo nuevos recuerdos y sentimientos o incluso creándolos. Sus recuerdos están vivos, en busca de un lugar ideal o cómodo para descansar y ser evaluados cuando sea necesario. Si el mundo no es ideal, es necesario transformarlo, reinventarlo. Un fragmento tomado de la portada de Escritos póstumos (2017) indica: “Hoy estoy inventando algo que todavía no sé lo que es”.

¿No será que quiere que Elsa deje de amarlo para buscar amor, sólo eso, en otra mujer, hasta que también ella deje de amarle? Y así continuará en una búsqueda como si fuera interminable, fugaz: En busca de una mujer que no existe, del sentimiento considerado como “ideal”.

Las palabras son música

Felisberto tenía una sensación de insuficiencia en cierta manera, como si echara de menos algo muy importante en la vida. Es considerado como un autor que parecía elaborar textos inacabados, lo cual es comprensible en la medida en que el “final feliz” rompe el misterio, y es el misterio lo que sirve de andamio en nuestras vidas e historias, como si no hubiera fin. Incluso la angustia es preferible antes que un final.

En Elsa el (des)amor se convierte en personaje. En el cuento, el autor destruye y construye el futuro al mismo tiempo, casi como si las palabras tuvieran vida propia. Las palabras son, para Felisberto, música, como las notas de su piano. El escritor domina con maestría el arte de seleccionar la palabra correcta en el momento adecuado.

Nuevas dimensiones y capas de su aparente realidad hechas de fragmentos se abren y se revelan al escritor/narrador, al mismo tiempo que se revelan también para el lector. Excepto para Elsa. ¿Existe o no?

¿Tendrá ella idea de lo que el narrador dice, supone? ¿Sería la relación del personaje con Elsa conflictiva? El lector tiene una ventana abierta con todo tipo de preguntas y puede responderlas e interpretarlas como desee, ¿No sería esa la intención del autor? El lector, ¿puede “atreverse” a concluir eso? Sí, puede. Felisberto trabaja con su visión abierta y más que eso: Con la visión abierta del lector.

La narración en la obra de Felisberto muestra mucho más de lo que se dijo, manifiesta algo que no se expresó, pero que siempre se sintió. El texto está diseñado para ser leído e interpretado por el lector como un “deber”, con probables espacios para completar, con conjeturas, impredecibles.

El lector se convierte en cómplice, oyente, libre para interpretar la narración/”desahogo”. El tipo de “conflicto” presente en Elsa es como si nos oyéramos a nosotros mismos o a un/a amigo/a hablando de sus conductas amorosas, o incluso de nuestras propias conductas en ese terreno.

Un lector capaz de entender lo que se dice entre las líneas de los textos de Felisberto formará parte de sus cuentos y disfrutará aún más de este escritor fundamental para la literatura hispanoamericana de todos los tiempos. Su obra ingresa y permanece más viva que nunca en el siglo XXI.

(*) Denise Sabino Villanova es magíster en Cultura británica y francesa (Leibniz Universität Hannover, Alemania), estudiante de Doctorado por la Universidad de Salamanca, España.

Literatura

La obra del escritor y pianista uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964) ingresa y permanece más viva que nunca en el siglo XXI.

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