Evitar que Paraguay siga siendo el país de las niñas abusadas

“Una niña embarazada es una niña abusada”, dice el lema de una campaña gubernamental, con apoyo internacional, que recuerda la escalofriante realidad de que el Paraguay ocupa el primer lugar en la región en embarazo de niñas. Solo en lo que va del 2020 se registran casi 300 nacimientos en niñas de 10 a 14 años. Lo llamativo es que mientras los ministerios de Salud y de la Niñez exigen que haya educación sexual en las escuelas como método de prevención, el ministro de Educación, Eduardo Petta, ha erradicado la educación sexual integral de la malla curricular. En esta divergencia, que obedece más a motivos religiosos o ideológicos que pedagógicos, se sostiene una dramática realidad social que debe ser cambiada.

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La campaña Ñangareko, lanzada por varias instituciones del Gobierno, con respaldo de organismos internacionales, busca crean conciencia sobre la dramática realidad del Paraguay, que ocupa el primer lugar en la región en embarazo de niñas. Con el lema “Una niña embarazada es una niña abusada”, la iniciativa busca crear conciencia acerca de una situación que muchos consideran como algo “normal” o como parte de la cultura social, cuando en realidad responde a una perversa situación naturalizada por la población, y en muchos casos por las propias autoridades.

Ñangareko es llevada adelante por el Ministerio de la Niñez y la Adolescencia, el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Educación y Ciencias, el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, con la cooperación del Gobierno de la India.

Tan solo en los siete primeros meses del 2020, en el Paraguay se han registrado 282 embarazos en niñas menores de 14 años y más de 7.500 embarazos en niñas entre 14 y 19 años. Las cifras de años anteriores son igualmente elevadas, ubicando a nuestro país en primer lugar en la región en este indeseable ránking.

La situación afecta mayormente a niñas y adolescentes de hogares vulnerables, en condiciones de marginalidad y pobreza. La falta de una mejor educación y de oportunidades de desarrollo, sumada a la inmadurez física y sicológica, hace que las niñas que no deberían ser madres vean truncadas su infancia y su primera juventud, impidiendo en muchos casos la posibilidad de seguir estudiando para salir de la pobreza. Muchas ni siquiera alcanzan a terminar la escuela primaria. Lo terrible es que muchas son a su vez hijas de madres adolescentes, repitiendo una historia enraizada en la cultura popular.

El ministro de Salud, Julio Mazzoleni, dijo en la presentación de la campaña que “hay que hacer visible el problema, hay que mostrarlo, y hay que desnaturalizar”. La ministra de la Niñez, Teresa Martínez, fue aún más determinante: “Las niñas deben ser protegidas contra toda forma de abuso, contra toda forma de violencia; una adolescente o niña embarazada es una niña o adolescente abusada. Si bien es cierto los padres y las madres son los principales responsables de la educación de sus hijos, no es menos cierto y es absolutamente imperioso que la educación sexual integral se incorpore a la malla curricular del Ministerio de Educación. Tienen que tener información veraz, confiable, científica de qué ocurre con sus cuerpos, cuando van cambiando, cuando van creciendo tienen que tener información de que pueden hacer con ellos y ellas, y hasta dónde puede llegar un adulto sobre sus cuerpos, y la escuela es una gran responsable”.

Por ello resulta llamativo que, a pesar de acompañar oficialmente la campaña, el Ministerio de Educación y Ciencias haga todo lo contrario. El responsable de la cartera, Eduardo Petta, ha erradicado la educación sexual integral de la malla curricular. En esta divergencia, que obedece más a motivos religiosos o ideológicos que pedagógicos, se sostiene una dramática realidad social que debe ser cambiada.

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