El votante masoquista

Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py

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El día de las elecciones aparecen personajes curiosos. Uno de los más enigmáticos es el votante masoquista. Siempre llega temprano, ansioso por votar por un candidato que sabe que le hará daño. Se regocija en secreto con ese acto estúpido. En eso precisamente consiste el masoquismo político: no experimentar sufrimiento alguno ante el perjuicio proveniente del correligionario y jamás aceptar los beneficios que puedan ofrecer los adversarios.
El buen masoquista no aprende. Es sectario aunque le cause dolor. Se obstina en votar a un sujeto que –lo sabe– le está mintiendo como le ha mentido otras veces, solo porque agita su misma bandera. Sabe que es corrupto, pero es de su partido. Si su candidato llega a ganar, compartirá la fugaz ficción de ser también él un winner. Subirá entonces a su perfil de Facebook fotos en las que están cancheramente abrazados y alzando uno, dos o más dedos, según el partido al que pertenezcan. Debe hacer saber a sus vecinos y parientes que es amigo del exitoso, al que ayudó a vencer y con el que comparte el festejo del triunfo.
Es consciente de que después no le será tan fácil encontrarlo. Estará ocupado en cuestiones importantes, habrá cambiado de número telefónico, quizás esté fuera del país. De hecho, los diarios publicaron que estuvo en reuniones políticas en Cancún y Punta Cana. A esta altura el masoquista sigue sintiéndose parte de un equipo victorioso, aunque empieza a recorrerle el cerebro la sensación de que a él no le ha tocado casi nada de la recompensa. El auténtico ganador tiene un salario diez veces mayor que él y su vida parece mucho más divertida.
Es entonces cuando comenzará un periplo que apasiona a todo buen masoquista. Se convertirá en un maestro del plagueo. Aunque su derecho a la queja se haya devaluado, será implacable con los aumentos de dieta, los privilegios absurdos, la impunidad judicial, las roscas mafiosas, los seguros médicos de primer mundo, la parentela en cargos públicos y el enriquecimiento súbito. El masoquista sufre una metamorfosis: se transforma en un indignado. No en cualquiera; en uno potente, furioso, elocuente. Se ha convertido en un ciudadano que sufre, aunque interiormente goce desvergonzadamente. Es que se acercan nuevas elecciones y podrá cerrar su ciclo vital.
Entonces apoyará el rekutu del mismo candidato. Si se le señala que este es un carruaje, responderá: "¿Y por quién querés que vote, si son todos iguales?”. Y allá irá de nuevo el masoquista. Es pobre, pero votará por un rico, es honesto, pero apoyará a un corsario; es discriminado, pero sonreirá a un fascista; es excluido, pero creerá ser socio activo; es un tipo bueno, pero se abrazará a un pérfido.
El masoquista es una plaga. Es un idiota disfrazado de ciudadano. Su sectarismo extremo les perjudican a él y a todos nosotros. Solo que a él le gusta sufrir y a nosotros no. Si descubre a alguno en una fila de votación, golpéelo sin asco. Total, ambos disfrutarán.

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