El sucesor de Marta Lafuente

Por Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py

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No sé quién será, aunque espero que Cartes elija a la persona correcta. Candidatos no le van a faltar. Hay gente para todo. Hay gente que, con tal de ocupar un cargo, aceptaría incluso ser ministro de Educación del Paraguay. Pero esos no sirven de mucho. Si la elección es mala, con seguridad todo empeorará. Y aunque la elección sea buena, no hay garantías de que mejore. Por lo menos en lo inmediato.

Por eso pienso en ese desconocido sucesor o sucesora con inquietante sensación de lástima. Deberá tener una anatomía peculiar: gran cintura política, espaldas anchas, piel curtida, cerebro ágil y un corazón a prueba de frustraciones. Es decir, una especie de masoquista talentoso. Alguien que, si hace las cosas muy bien y logra que los políticos, los técnicos, los economistas y las instituciones acuerden un gran pacto, obtendrá resultados que se apreciarán en unos quince años. Cuando la gente ya no se acuerde de él.

Para colmo, nadie puede asegurar que, aun consiguiendo enderezar ese monumental conjunto de voluntades e intereses en una misma dirección, la reforma educativa culmine de manera satisfactoria. Todo eso ya ocurrió en la década de los noventa y los resultados fueron decepcionantes.

De cualquier modo, deberá ser alguien que conozca el terreno a ser arado y los bueyes disponibles. No hay tiempo para aprendizajes. Ni para la aflicción. Debe saber de entrada que su misión no es corregir rumbos, sino tomar por las astas uno de los sistemas educativos más espeluznantes del continente americano. No es por mera casualidad que somos tan pobres, atrasados y desiguales. Es por nuestra mala educación, con el perdón de Almodóvar.

Se lo explico con ejemplos. El sucesor se encontrará con problemas políticos, como todos los ministros de Educación del mundo. Solo que los de aquí son primarios, casi salvajes. Cuando le hablen de asignación de recursos, el sucesor no pensará en partidas presupuestarias, sino en el intendente de Tacuatí. Al que lo asesinaron políticos de la zona que querían administrar el dinero del Fonacide. Sí, el dinero para las escuelitas. Cuando le reclamen mayor protagonismo local, el sucesor no pensará en descentralización, sino en cómo librarse del caudillo partidario semianalfabeto que le tiende una lista de correligionarios a los que desea nombrar como maestros.

Los burócratas de Asunción le mostrarán optimistas comunidades educativas en Power Point. Pero descubrirá que la realidad tiene una cara distinta. Es más parecida al espantoso himno con el que los alumnos de una escuela de Ciudad del Este entonan desde hace cinco años cultivando la personalidad de Sandra McLeod, con el beneplácito de profesores y padres de los niños.

Sin conocerlo, él ya me da mucha pena. Enfrentará el siglo XXI con herramientas del siglo anterior. Y ni siquiera tiene a quien culpar. Hace tanto tiempo que las cosas se hacen mal, que ya nadie recuerda cuándo comenzó a joderse nuestra educación. ¡Pobre sucesor!

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