Después de Lafuente, qué

Por Carolina Cuenca

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Ayer renunció la ministra de Educación. Fue un caso llamativo porque se lo exigieron estudiantes atrincherados y organizaciones sociales. Es loable que los jóvenes hayan identificado el cambio con la educación. En el fondo nos interpelan a los adultos que deberíamos dar más la talla.

Los políticos tomaron nota. No son sonsos. Algunos para subrayar los fracasos en las carpas enemigas, otros para quedar bien, sin precisar compromisos concretos. No faltaron los manipuladores, pero no fueron la mayoría. Se percibió en la movilización un auténtico deseo de bien. Ñandekuerái. Me incluyo. De la mediocridad, de la insuficiencia estructural, de la ineficiencia, de la corrupción. Pero, ojo, nada de eso es nuevo ni cambiará con tan solo una renuncia bajo presión.

Hay que aclarar que la señora Lafuente es reconocida por su formación, historial de servicio en el Estado; también tuvo medidas acertadas como las de sacar a planilleros del MEC, regular el manoseado subsidio gremial, exigir a los docentes la asistencia para cobrar, no prometió lo que no podía y eso lo deberíamos valorar porque no es decente hacer leña del árbol caído.

¿Cuál es el drama de fondo? Que la educación está en baja total en Paraguay y necesitamos avanzar. Qué grave es que no sea garantía de solidez formativa básica permanecer ¡12 años en el sistema educativo!, que la formación docente decrezca, que la plata se use mal, que nuestras autoridades trabajen de manera ais- lada con superposición de proyectos y dispersión. Pero lo más triste es que reina una suerte de alienación y falta el sentido de pertenencia social. Como muestra, fijémonos en el lenguaje de la movilización. “Toma de”, “reivindicación”... Este lenguaje responde a una lógica de poder. Los chicos lo aprenden de nosotros. Pero falta dar el paso a la lógica del pertenecer, a la lógica del servicio en busca del bien de la comunidad de la que YO TAMBIÉN SOY PARTE.

El Estado debe garantizar la igualdad de oportunidades, pero es la sociedad la que debe hacer sentir su fuerza desde las familias y grupos intermedios: Iglesia (el Estado es laico, pero la gente del pueblo tiene fe, fuente genuina de valores humanizantes), clubes, partidos, asociaciones, gremios, etc.

Tenemos un aplazo, pero más bien de madurez. La calidad pasa por lo humano, no se cuantifica solo con mejoras en los exámenes de competencia. Si no aprendemos bien, es porque también lo bueno, bello y verdadero se diluye entre los atajos de nuestros “nambrena, péichante, mba’e pio la tanto, aichenjáranga, papá nomás va a resolver, bajanos la escala, van a ver con mi abogado, etc.”. El otro drama de fondo es la identidad, que junto con la madurez hacen progresar el diálogo.

Quizás al MEC –y lo digo con cariño– le falta discernimiento y, en el Gobierno, aprender a dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios es esencial; es decir, es urgente salir de la pretensión y dar paso al realismo. Pies en la tierra. Si alguna receta sobresale es la del padre Pepe, el famoso cura de las villas pobres de Argentina, para quien cada persona cuenta y “el mejor colegio y el mejor club deportivo deben instalarse en las periferias”. A buen entendedor...

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