Costumbres locales

En estos días en que todos vamos a empezar a extrañar el entusiasmo por los Juegos Odesur, les comparto una anécdota. Sucedió en la zona del puerto, ahí donde más o menos se inicia la Costanera de Asunción.

  • Facebook
  • Twitter
  • Email
  • Print

Vi caminando muy animadamente a un grupo que parecía de deportistas, que cruzaban tranquilamente una calle, por encima de la franja peatonal, como corresponde... cuando apareció un auto detrás de ellos, con su respectivo conductor paraguayo, esto es, un tipo prepotente y maleducado que no halló mejor manera de demostrar modales que presionar insistentemente la bocina.

Los muchachos y chicas que iban cruzando la calle no se inmutaron y siguieron caminando mientras sonaba el estruendo de la bocina del troglodita, pero sí miraron al conductor nerviosito y lo saludaron con entusiasmo.

Me quedó la duda de si lo hicieron para burlarse de él o si creyeron que el sujeto los estaba saludando con sus bocinazos. En fin...

Como sabemos, fueron dos semanas bien moviditas. Los Juegos Odesur resultaron una sorpresa, por la organización, y sobre todo por el entusiasmo muy pocas veces visto. Porque con la salvedad de aquellos tiempos en que la selección paraguaya de fútbol clasificaba para un Mundial, no se veía la emoción por los colores patrios. Y vaya si ya se extrañaban esos momentos en que, al menos por un rato dejamos de lado el Olimpia-Cerro para ser todos paraguayos nomás y sentir un poco de orgullo y esperanza.

Mientras la gente común asistía en persona o por televisión a las competiciones, y se emocionaba con Tiríka haciendo deportes o bailando —a pesar de ser una especie amenazada y todo eso—, unos cuantos de miles de visitantes habrán experimentado todo tipo de vivencias en nuestras ciudades, y, particularmente, en Asunción.

Una de nuestras costumbres vernáculas, como el tereré o creer en el Pombéro, es pintar el asfalto con unas rayas blancas gruesas. Estas rayas se ubican por lo general en las esquinas, y reciben el nombre de franja peatonal o paso de cebra y su propósito, a diferencia de lo que sucede en el resto del mundo civilizado, es meramente decorativo.

Por eso me pregunto, ¿cuáles otras emocionantes experiencias habrán vivido los visitantes, que por dos semanas recorrieron nuestras calles? Porque claro que ellos no sabían que por acá, esa franja es solo un adorno del asfalto; que la municipalidad pinta esas rayas de onda nomás... porque no solo sabe que no sirve para nada, sino que además y sobre todo, no hace nada para que pueda ser útil; es decir, no hace campañas educativas para que los conductores sepan para qué sirve el paso del peatón.

Quienes vivimos aquí sabemos que la experiencia de intentar cruzar una calle, incluso sobre la franja peatonal, es casi un deporte de riesgo. A diario nos encontramos con la camioneta gigantesca con un tipito acomplejado al volante que te cierra el paso porque eso es parte de la dura vida de un peatón.

Como cuando caminamos por las veredas rotas y nos encontramos con autos estacionados sobre la vereda taponando el camino de los peatones que se ven obligados a descender al asfalto, corriendo el riesgo de que se los lleve puesto algún vehículo. O como cuando llueve, nunca falta algún idiota que pasa raudo muy cerca de la acera y aprovecha el raudal para provocar una catarata de agua sucia que empapa a quienes aguardan el transporte público, un clásico.

Por cierto, ahora que se terminó Odesur, desaparecieron los policías que custodiaban las calles del microcentro, así que, ¡atajate, Catalina! que volverán no las oscuras golondrinas de Becker, sino los ladronzuelos y motochorros a asolar a los desprevenidos peatones que aguardan el bus en una oscura y olvidada esquina. Esa falsa sensación de seguridad, sin duda, la vamos a extrañar como también la ilusión de que somos algo más que un paisito ocupado por la mafia.

  • Facebook
  • Twitter
  • Email
  • Print
Más contenido de esta sección