En pleno centro, específicamente en la esquina de Estrella y Alberdi, otro concurrido restaurante y confitería propiedad de la familia Blasco, La Bolsa (ahora Bolsi), tenía también sus proyecciones cinematográficas técnicamente semejantes a las del Belvedere, pero bajo techo y con el plus de un acompañamiento musical ejecutado por un dúo o cuarteto de músicos contratados para el efecto.
El cine se extendió rápidamente por los alrededores de Asunción. El otrora famoso almacén de ramos generales y adjunto salón social de la familia Cañisá, de origen catalán, fue, desde 1928, también sala de cine, y durante décadas en Trinidad se constituyó en un punto obligado de reuniones de fin de semana, presentando no solo películas, sino reuniendo a personajes del ámbito artístico, como el maestro José Asunción Flores, Emiliano R. Fernández, grupos y conjuntos musicales nativos como el de Diosnel Chase, a quien llamaban ya el “Zorzal de la Voz de Oro”, y su conjunto guaireño “Florida”, con Elsa y Dora del Cerro, allá por diciembre de 1942, a un costo de 30 pesos por entrada. Por la misma época ya actuaban juntos allí mismo, según un programa de la época, el “Hombre de la Risa y Enemigo del Mal Humor”, J. L. Melgarejo, y la actriz y “recitadora” (sic) Máxima Lugo. El almacén sigue en pie y aún andando con don Nicasio Cañisá al frente, conservando intactas su imagen y su estructura de principios del siglo pasado, pero su particular sala de cine y espectáculos -Canisá- ya no funciona como tal, aunque sigue siendo utilizada para reuniones histórico-culturales.
Los cines de la periferia surgieron desde mediados de la década del 40. Instalados a cielo abierto en los barrios de Asunción, no contaban con películas de estreno, pero ofrecían algunas semanas después la repetición de las salas céntricas, a un precio más bajo, con la condición implícita de aguantar los bancos duros si no se contaba con almohadón propio, o soportar el frío en invierno o una lluvia imprevista en medio de la función. Estas presentaciones eran sólo los fines de semana y contaban con una sola proyección por noche. Se ganaba en ellos la libertad de poder comer y beber mientras se visualizaba la película, tal como ahora lo hacemos en casa frente al televisor.
En la ciudad de Fernando de la Mora se desempeñaba el Cine Avenida, propiedad de otro catalán, Esteban Estragó, dueño además del Cine España, situado frente al Club Guaraní, de Asunción. Cercano a éste, hacia el oeste, se encontraba el Cine Pettirossi, hoy irreconocible y transformado en galería, sobre la calle del mismo nombre casi Perú. También a metros del Mercado 4 funcionaba el Nueva Estrella.
El barrio Republicano contaba con su cine al aire libre llamado América. Cercano al Cementerio del Sur, entre calles de tierra, estaba el Cine 21, con su particular muro hecho de centenares de patentes viejas de automóviles. El barrio Herrera contaba con el Cine Terraza Herrera, de Alejandro Mojagata. El barrio Obrero, con el Cine París, de César Ortiz. El Colón, en sus cercanías, sobre la calle Cuarta; y desde los años 70, el Cine 5ª Avenida, en el predio del Club Cerro Porteño. La terraza con restaurante del San Antonio estaba situada en el barrio del mismo nombre. En Villa Morra funcionaba el Cine Naciones Unidas, en aquellos años, frente a la plaza homónima. El populoso barrio Sajonia contaba, a mediados de los 60, con dos locales a cielo abierto; y el barrio vecino al Hospital de Clínicas, con el Cine Terraza Lumiton.
A medio camino de la ruta que conduce al puerto de Itá Enramada, una gran pantalla de hojalata, pseudo-"cinemascope”, se recortaba contra el cielo y reproducía por las noches de los años 70 pornografía y erotismo a tamaños nunca vistos en un autocine sin nombre y sin pudor alguno, en un barrio ya predestinado para moteles, como lo es en la actualidad. Trasladada a los pueblos del interior, la euforia por el cine no fue menor. Era una alternativa válida y divertida de los jueves o fines de semana, entre las pocas diversiones sociales, como algún casamiento, cumpleaños, calesitas en las plazas o las apuestas por el caballo favorito en carreras domingueras. Se cuenta que un comisario de pueblo pidió, por favor, que suspendieran una proyección ya anunciada, porque era el cumpleaños de su hija y tenía el temor de que sus invitados no asistieran a la fiesta si esa noche había cine. A don Luis Bécker se lo recuerda en la ciudad de Ypacaraí como propietario de un local cinematográfico llamado El Porvenir.
Segunda entrega de la historia del séptimo arte en Asunción. Ahora, el cine llega a la periferia de la ciudad.
Ciudad
Vicente Marsal
Investigador
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