Cáncer

Va con onda

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Pese a lo mucho que avanzó la medicina en el mundo, en Paraguay un diagnóstico de cáncer sigue siendo una sentencia de muerte; física, en el peor de los casos, y económica casi siempre. En países como el nuestro, cualquiera puede integrar la clase media acomodada, rozar incluso el paraíso de las élites y caer estrepitosamente al escalón más bajo de la pirámide social y a la velocidad del rayo. Es solo una cuestión de azar.

Y es que, cuando hablo de países como el nuestro, no me refiero solo ni exclusivamente a países pobres sino a todos aquellos donde no existe una cobertura pública de la salud. Muchos creerán que hay una relación directa entre los niveles de desarrollo económico de una nación y la calidad en su cobertura sanitaria. Pues no necesariamente es así.

Si consideramos la riqueza que genera el Paraguay de acuerdo con la cantidad de bienes y servicios que produce somos definitivamente un país del medio para abajo. En el concierto de las naciones, estamos muy lejos de poder clasificar como país desarrollado, pese a que en las últimas dos décadas hemos incrementado notablemente nuestra producción. Sin embargo, los números prueban que aún en estas condiciones, nuestra indefensión en materia de salud no es consecuencia de la pobreza sino de la miserabilidad de la mayor parte de la clase política (con honrosas excepciones, hay que decirlo).

Fijémonos, por ejemplo, en cómo trata el Estado paraguayo a los enfermos de cáncer. Sabemos que sigue siendo una de las principales causas de muerte en el país y en el mundo, y que la terapia y la medicina para combatirlo pueden alcanzar precios cuasidelirantes. Por eso y por las terribles complejidades que puede suponer su tratamiento lo clasifican como enfermedad catastrófica.

Financiar a un paciente le arrastran a él o a ella y a toda su familia a una dolorosa odisea que culmina con harta frecuencia en la más absoluta quiebra económica. La gente pierde sus bienes, asume deudas impagables y termina siempre dependiendo de la caridad social, de las inacabables polladas solidarias que son rutina en los barrios y en los lugares de trabajo. Es la única cobertura social que funciona en Paraguay.

Esto no tendría por qué ser así y los números oficiales lo prueban. De acuerdo con la entidad pública encargada de combatir la enfermedad, el Incán, para dar cobertura a toda la demanda de medicamentos oncológicos del país este año se necesitarán unos 50 millones de dólares más que lo que le asignó el Presupuesto vigente, y la reposición de otros 13 millones de dólares que les recortaron con respecto a su presupuesto del 2022. Son 63 millones de dólares ¿Es mucho?

Incluyamos ya los costos de reparación de los equipos (que nunca funcionan en su totalidad) y la adquisición de nuevos. Llevemos este presupuesto a 100 millones de dólares más por año ¿Es una suma imposible para un país pobre como el nuestro? No. Y me explico por qué citando un caso ejemplificador.

En el año 2012, cuando el Estado registraba un interesante superávit fiscal, cuando recaudaba más de lo que gastaba, el Congreso, integrado por una absoluta mayoría colorada, con el respaldo de no pocos liberales decidió aumentar los salarios de los funcionarios públicos de un plumazo y hasta en un 45 por ciento. Lo hicieron para reventar al entonces gobierno de Fernando Lugo, y para asegurarse de paso el voto de los estatales cuando estábamos a solo meses de las elecciones.

Ese incremento cuesta cada año unos 800 millones de dólares. De entonces a esta parte hemos destinado del dinero de los impuestos unos ¡8.000 millones de dólares! para cubrir ese aumento; esto es ¡ochenta veces! el presupuesto que hoy necesitamos para completar todas las necesidades de los enfermos oncológicos.

Si los apátridas que integraban ese Legislativo (muchos de los cuales siguen ocupando cargos electivos) hubieran destinado cuanto menos un cuarto de esa repartija miserable a este ítem en salud, hoy tendríamos probablemente la mejor cobertura para enfermos de cáncer de toda la región.

Hay otros cientos de casos ejemplificadores como este. El cáncer no nos mata por ser pobres, nos mata por masoquistas, porque seguimos votando a nuestros verdugos.

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