Su jefe de Gabinete, Villamayor, interpelado en el Congreso; su ministro del Interior, incapaz de controlar la corrupción policial y a su comandante; el jefe de la lucha antidrogas, humillado por los policías que capturan el mayor alijo de cocaína sin que él tuviera noticias; el director de Itaipú, que renuncia a sus suculentos salarios diciendo que lo hace por “razones particulares”, y el canciller, acorralado por las sospechas de traición al país en el tema de Itaipú, es nombrado como director-negociador en el urticante tema del Anexo C. En el medio, las sospechas de corrupción sobre su pastor-ministro de Obras Públicas al que el ex cuñado de Abdo lo acusa de corrupto y de arreglos en licitaciones, mientras el nuevo cuñado es sospechoso de arreglar entregas al clan Campos Cervera. El desastre es total. Los cartistas y su líder que atracaron el barco gubernamental están sorprendidos mientras reciben a Kelembu, el payaso del Este, cual si fuera el representante de su majestad británica. La locura es completa y conste que solo comenzamos el año.
Ni hablemos de los muertos por Covid y ahora por dengue. Abdo ya no estoy seguro de que quiera terminar su mandato. Parecía pretender calafatear el barco con ese propósito, pero luce cada día más perdido y entregado. Se carga a la opinión pública en contra y a los colorados que observan cómo la Cancillería y el Ministerio del Interior son usufructuados por personas que los criticaron duramente siempre. Los seccionaleros que acarrean votos: perplejos y confundidos. El descontrol es absoluto, tanto que los policías se dedican en sus horas de trabajo a secuestrar y extorsionar a propios y extraños. El barco comienza a mostrar una inclinación peligrosa y evidente. El capitán está más perdido que nunca y se entrega a la suerte, mientras las olas arrecian a babor y estribor.
Afuera, propios y extraños solo esperan ver el desenlace final: el hundimiento de la nave en el peor momento económico y social del país. Con una pandemia sin fecha de finalización y con presagios nada optimistas, la nave enfila hacia el despeñadero mientras la tripulación apura a la orquesta que suba el volumen de la música. Se inauguran casitas y trechos cortos de rutas para disimular que todavía el Gobierno funciona cuando en realidad no es así.
Alguien tiene que decir la verdad: el Gobierno se hunde y ya no hay tiempo para calafatear la nave.
Ahora vendrán las duras condenas de quienes pretenden salvar su futuro. Acusarán al capitán y se morderán duramente unos contra otros, mientras se roba lo que se pueda, a pesar de que el barco va a la deriva y lo acumulado no servirá para nada. La quilla muestra hendiduras profundas, el capitán preso de su familia que pretende manotear algo de la vajilla que queda y un país cuya oposición no ofrece opciones ni alternativas. Vamos a los que Dios es grande con un barco a la deriva al que como Stroessner no le alcanzará con gritar: ¡calafatéenlo!
Ya es tarde.