Calafatear

Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

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Stroessner sabía que el barco se hundía luego de la última convención colorada de 1987, cuando los militantes terminaron por tomar el control del partido gobernante. Lo que el dictador había tejido trabajosamente durante más de tres décadas estaba severamente afectado y exclamó que había que calafatear el barco a como sea. El hijo de su secretario privado hoy al frente de la Presidencia paraguaya intenta con algunos enroques de ministros proyectar la misma idea de su admirado gobernante: reparar el paquebote de su gobierno con lo que queda y al precio que sea. Trata de evitar el naufragio de su gobierno con estopa y brea que cierra las aberturas en la nave gubernamental.

Su jefe de Gabinete, Villamayor, interpelado en el Congreso; su ministro del Interior, incapaz de controlar la corrupción policial y a su comandante; el jefe de la lucha antidrogas, humillado por los policías que capturan el mayor alijo de cocaína sin que él tuviera noticias; el director de Itaipú, que renuncia a sus suculentos salarios diciendo que lo hace por “razones particulares”, y el canciller, acorralado por las sospechas de traición al país en el tema de Itaipú, es nombrado como director-negociador en el urticante tema del Anexo C. En el medio, las sospechas de corrupción sobre su pastor-ministro de Obras Públicas al que el ex cuñado de Abdo lo acusa de corrupto y de arreglos en licitaciones, mientras el nuevo cuñado es sospechoso de arreglar entregas al clan Campos Cervera. El desastre es total. Los cartistas y su líder que atracaron el barco gubernamental están sorprendidos mientras reciben a Kelembu, el payaso del Este, cual si fuera el representante de su majestad británica. La locura es completa y conste que solo comenzamos el año.

Ni hablemos de los muertos por Covid y ahora por dengue. Abdo ya no estoy seguro de que quiera terminar su mandato. Parecía pretender calafatear el barco con ese propósito, pero luce cada día más perdido y entregado. Se carga a la opinión pública en contra y a los colorados que observan cómo la Cancillería y el Ministerio del Interior son usufructuados por personas que los criticaron duramente siempre. Los seccionaleros que acarrean votos: perplejos y confundidos. El descontrol es absoluto, tanto que los policías se dedican en sus horas de trabajo a secuestrar y extorsionar a propios y extraños. El barco comienza a mostrar una inclinación peligrosa y evidente. El capitán está más perdido que nunca y se entrega a la suerte, mientras las olas arrecian a babor y estribor.

Afuera, propios y extraños solo esperan ver el desenlace final: el hundimiento de la nave en el peor momento económico y social del país. Con una pandemia sin fecha de finalización y con presagios nada optimistas, la nave enfila hacia el despeñadero mientras la tripulación apura a la orquesta que suba el volumen de la música. Se inauguran casitas y trechos cortos de rutas para disimular que todavía el Gobierno funciona cuando en realidad no es así.

Alguien tiene que decir la verdad: el Gobierno se hunde y ya no hay tiempo para calafatear la nave.

Ahora vendrán las duras condenas de quienes pretenden salvar su futuro. Acusarán al capitán y se morderán duramente unos contra otros, mientras se roba lo que se pueda, a pesar de que el barco va a la deriva y lo acumulado no servirá para nada. La quilla muestra hendiduras profundas, el capitán preso de su familia que pretende manotear algo de la vajilla que queda y un país cuya oposición no ofrece opciones ni alternativas. Vamos a los que Dios es grande con un barco a la deriva al que como Stroessner no le alcanzará con gritar: ¡calafatéenlo!

Ya es tarde.

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