James Bond vuelve en Sin tiempo para morir, disfrutando junto con Madeleine Swann de su retiro tras los eventos de Spectre. El ex 007 se ve enamorado y listo para sentar cabeza, pero, sin embargo, se verá forzado a volver a la escena del espionaje internacional junto con su sucesora en MI6, en una trama de traiciones, paranoia y muerte.
La cinta rompe con varias tradiciones de la franquicia del prototipo de masculinidad reinante desde el debut de Dr. No en 1962. A cambio, Daniel Craig recibe en su quinta y última encarnación del espía con licencia para matar un motivo para vivir, pelear y, a su manera, ganar. Esta pequeña modificación a la típica película de Bond crea la posibilidad de que la audiencia se conecte emocionalmente, tal vez por primera vez, con el frío asesino al servicio de Su Majestad, la Reina. Y es en el área de los sentimientos donde Sin tiempo para morir corre sus riesgos más evidentes.
Casino Royale, el estreno de Craig en el rol del más famoso bebedor de Martinis agitados, no revueltos, presenta a un Bond más visceral, físicamente golpeado y hasta torturado. Sin tiempo para morir es como un contrapunto de la entrega de 2006, abordando –a la manera que un filme de acción puede hacerlo– las complejidades y simplezas emocionales de la leyenda, tomando prestada la estrategia de las películas de Marvel de romper picos sentimentales con humor. Craig se muestra como un actor digno del desafío, y el filme ofrece un cierre espectacular y satisfactorio a esta etapa de la franquicia.