Apocalypse now en Guahory

Por Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com

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El nacionalismo, en cualquiera de sus vertientes ideológicas, nunca fue lo mío. Desconfío de los que histeriquean con la “soberanía”. Pero luego de ver lo sucedido en la colonia Guahory, alguna hilacha patriotera hizo que mi sangre hierva. Eso no es bueno en un hematólogo.

Se trata de una comunidad de Caaguazú ocupada desde hace años por unas 200 familias campesinas que mantienen un litigio con supuestos propietarios brasiguayos, quienes habrían comprado la tierra con fines especulativos y, en su mayoría, no viven allí. El Indert reconoce que sus títulos tienen un origen fraguado. Hasta saben el nombre del funcionario que ideó la trampa: Armando Díaz Solís. Muy bien, gracias,

No era un asentamiento precario. Las viviendas eran de material sólido, había alumbrado público, calles, capilla, plantaciones de trigo y, hasta el año pasado, una escuela, destruida en otro desalojo.

Hace unos días, en un operativo de dimensiones jamás vistas, unos 1.200 policías y militares desalojaron a los campesinos. La inusual brutalidad del procedimiento contrastaba con la ausencia de resistencia. Con pertrechos bélicos, patrulleras y camiones, los hombres allanaron cada una de las casas y abrieron paso a tractores que destrozaron las viviendas. Todo era supervisado desde un helicóptero. Luego, los policías cercaron el lugar, actuando como guardias de seguridad, impidiendo el paso incluso a parlamentarios que llegaron al día siguiente. Dos fiscales daban legitimidad judicial a este acto vergonzoso de sometimiento del Estado ante el poder fáctico del dinero.

Se quejan de que falta presupuesto para combatir al EPP, pero para desalojar a campesinos pobres sobran viáticos, alimentos, vehículos, combustible, enlaces de comunicación y, seguro, generosas gratificaciones para los jefes.

Estos miserables, cuando tienen que actuar contra un terrateniente, se cuidan escrupulosamente de no violar el protocolo del Ministerio del Interior. Cuando se trata de campesinos pobres, se creen Marlon Brando en Apocalypse Now.

Por sobre los escombros de las casas campesinas, saquearon sus pocos enseres. Valientes contra los débiles, se llevaron en un camión gallinas, chanchos y hasta juguetes infantiles.

Si Guahory estimula sentimientos xenofóbicos, es solo porque involucra a brasiguayos. Pero eso es casual. Guahory es, en realidad, una postal fidedigna del poder político que tenemos. Dócil ante los intereses de grupos oligárquicos y bravucón contra los vulnerables. Eso sí, felicitando a los primeros por ser “soberanos” y acusando a los segundos de alentar la “lucha de clases”. Claro, después no entienden por qué no pueden con el EPP.

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