Amores carnales

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En las últimas semanas el mundo ha sido espectador horrorizado de la sanguinaria invasión a Ucrania por el ejército ruso. La violencia inmisericorde con la cual han atacado con misiles y bombardeos objetivos civiles como hospitales, teatros y estaciones de ferrocarril, la destrucción indiscriminada de sus ciudades y los asesinatos masivos de civiles ucranianos han provocado una inédita reacción del mundo civilizado.

Buscando penalizar y debilitar a un Estado que se manifiesta imprevisible y peligroso para la paz y estabilidad mundial, las mayores economías occidentales han impuesto drásticas restricciones financieras, de transporte y de transferencia de tecnología a Rusia. Inevitablemente, estas medidas afectan no solo a ese país, sino que reverberan a nivel global, y se suman a los efectos directos de la guerra.

Ucrania es uno de los mayores productores mundiales de granos y aceites vegetales, exportando en condiciones normales de 4 a 5 millones de toneladas mensuales. Las dificultades de cosecha, de transporte y de embarque han reducido estos valores a menos de un millón de toneladas. Según las Naciones Unidas, la caída en las exportaciones de Ucrania provocará un aumento de precios a nivel mundial de alimentos de entre 8% y 22% este año.

Para los productores paraguayos, los aumentos de precio de los commodities agrícolas serán bienvenidos después de los fuertes golpes sufridos como consecuencia de los años de sequía, pero es difícil celebrar esta bonanza sabiendo que se origina en parte en el sufrimiento de todo el pueblo de un país amigo.

Más directas son las consecuencias para nuestro país de las medidas tomadas para sancionar al estado, a las empresas y a individuos rusos. Las cadenas de pago por el sistema bancario están severamente restringidas, y la Unión Europea, EEUU y otros países están penalizando a sus empresas que comercian con Rusia. A medida que la invasión se vuelve cada vez más sangrienta, crece la posibilidad que comiencen a sancionar a empresas de terceros países que negocian con Rusia, tal como ha ocurrido en el caso de Irán.

Rusia es un importante mercado para nuestra carne, promediando en los últimos años unos 300 millones de dólares anuales, que representa solo alrededor de 3% de nuestras exportaciones totales, pero casi 20% del valor de nuestra carne exportada, aunque los precios que paga son por lejos los más bajos de entre nuestros cinco principales destinos.

Aquí surge el dilema. Por un lado, el presidente Abdo Benítez declara que “el Gobierno de Paraguay condena los ataques al pueblo ucraniano, en violación de principios de soberanía y del derecho internacional” y nuestra representación en las Naciones Unidas vota a favor de la resolución de la Asamblea General que “deplora en los términos más fuertes la agresión de la Federación de Rusia contra Ucrania”.

Por el otro lado nuestras autoridades sanitarias se encuentran realizando intensas gestiones para la habilitación de todos los frigoríficos paraguayos para exportar carne bovina a Rusia. Están en su papel, y es correcto que busquen el mayor reconocimiento posible para nuestros frigoríficos exportadores en todos los mercados del mundo.

La determinación sobre continuar comerciando con cualquier país corresponde a las principales autoridades nacionales, que deben poner en la balanza el costo económico de un eventual embargo, las consecuencias de distanciarnos de nuestros principales aliados, y nuestra posición ética frente a una catástrofe humanitaria pavorosa y totalmente innecesaria. ¿En qué momento el comportamiento de un Estado es tan intolerable que nuestra reacción deba pasar de meras expresiones de condena?

Nada fácil es la decisión. Amamos a los compradores de nuestra carne, pero ciertos amores carnales pueden convertirse en relaciones indecentes.

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