Al encuentro del Señor

Jesús está allí, en el sagrario cercano. Quizá a pocos kilómetros, o quizá a pocos metros. ¿Cómo no vamos a ir a verle, a amarle, a contarle nuestras cosas, pedirle? ¡Qué falta de coherencia, si no lo hiciéramos con fe! ¡Qué bien entendemos esta costumbre secular de las “cotidianas visitas a los divinos sagrarios”! (PIO XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947). Allí el Maestro nos espera desde hace veinte siglos (Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 537), y podremos estar junto a él como María, la hermana de Lázaro, la que escogió la mejor parte (Cfr. Lc 10, 42), en su casa de Betania.

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“Os diré –son palabras de San José María Escrivá de Balaguer– que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro.

En la homilía del papa Francisco en el Domingo de la Divina Misericordia, dijo “Paz a ustedes”, explicando que la paz “no es un saludo, ni menos un simple deseo: es un don, es más, el don precioso que Cristo ofrece a sus discípulos, después de haber pasado a través de la muerte y de los infiernos”.

Refiriéndose a las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos en el Evangelio de Juan, el papa Francisco retomó las palabras de Jesús: “Felices los que creen sin haber visto”. Podemos llamarla, dijo, la Bienaventuranza de la Fe. “En cada tiempo, en cada lugar, son felices aquellos que a través de la palabra de Dios, proclamada en la Iglesia y testimoniada por los cristianos, creen que Jesucristo es el amor de Dios encarnado, la misericordia encarnada. Y esto vale para cada uno de nosotros”.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y de la web Servicio Católico Hispano, Abril 8, 2013)

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