Este 21 de setiembre, mientras demos la bienvenida a la primavera y honremos a nuestra juventud, el mundo recordará a un hombre que hubiese cumplido 150 años ese día: Herbert George Wells. Este escritor británico quedó en la historia como uno de los pioneros de la ciencia ficción, género literario que –junto con Julio Verne– lo haría popular en el orbe.
Como socialista convencido, sus novelas reflejan su idea de superar las barreras que hacen a los seres humanos desiguales en cuanto a su condición social y sus posesiones materiales. En La máquina del tiempo (1895) imagina el futuro de la humanidad profundamente dividida en dos razas que son el resultado de la polarización creciente entre clases sociales.
La ciencia fue su principal preocupación y pasión. La había estudiado muy bien, y en la universidad tuvo como profesor al darwiniano Thomas Huxley. Por lo tanto, no le eran ajenos los debates en torno al poder de la ciencia y las implicancias éticas que la rodean. La isla del Dr. Moreau (1896) fue su primera incursión sobre la moralidad de la práctica científica, y El hombre invisible (1897) iba a una cuestión antropológica: lo que hacen los seres humanos cuando de repente tienen un poder que ninguno otro tiene; en este caso, la invisibilidad.
Wells siempre fue un crítico de la sociedad y del gobierno británico del momento. La ciencia ficción que escribió tenía este talante. La guerra de los mundos (1898), la más célebre de sus obras, debe ser leída como análisis de la política internacional de la época. Más allá del interesante fenómeno social que implicó aquella emisión radial de Orson Welles, basada en la novela, alegóricamente es una potente puesta en cuestión de las ideas políticas que imperaban en el victorianismo.
Con estas obras H.G. Wells alcanzaría una fama que le duraría toda la vida. Aprovechó esto para seguir pensando sobre el futuro y advirtiéndonos de lo que nos esperaba si seguíamos con la hipocresía y el materialismo exacerbado. Escribió ensayos y más novelas alejándose de la ciencia ficción y acercándose a la novela social y política. Incluso redactó una monumental historia de la humanidad, seguramente en el afán de que conozcamos la aventura humana y podamos aprender de nuestros errores.
Pero cuando apasionadamente escribía esto se sucedieron frente a sus ojos dos guerras mundiales. En su vejez cierto pesimismo se apoderó de él y la desazón invadió sus últimas obras. Había tenido tanta esperanza en el hombre y su racionalidad, pero algo que no comprendía nos llevaba a la autodestrucción. Vivió con pasión la literatura. Recordémoslo de este modo al menos.