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Si usted pensó que con la película Cómo entrenar a tu dragón ya había visto a las terribles bestias escupefuego convertirse en criaturas tiernas y adorables, entonces no creerá que se podía llegar a más cuando vea Mi amigo el dragón. Con ayuda de la animación digital se logra un dragón que solo es tal por algunos aspectos fisionómicos, pues en el resto se aleja de lo que la leyenda y el propio cine nos habían enseñado sobre ellos.
Es cierto que hacer de los dragones criaturas buenas ya tiene larga data en varios títulos de aventura e infantiles. Ahora se da un paso más y se los convierte en una especie de híbrido, pues este dragón en específico en realidad se parece a un perro al que le crecieron alas y lanza llamas por la boca. Y lograr ternura empática con un perro no es nada difícil, sino todo lo contrario.
Así vemos a un niño que entabla una amistad vital con este animal tan particular y es imposible no entender el tremendo cariño que le tiene. Por supuesto, en la película hay personajes que no ven al dragón de este modo y empiezan a perseguirlo, lo que permite el inicio de la aventura y el drama.
La película está hecha con muchos clichés, empezando por todas las que se pueden hacer cuando se tiene un cachorro grande como amigo.
Es inevitable recordar escenas de La historia interminable, cuando el niño vuela montado al peludo y mullido perro. Escenas parecidas hay más, y son por un lado su parte atractiva para los más chicos, pero por otro lado le resta cierta originalidad. Aunque Robert Redford y otros conocidos actores aparezcan, es este perro-dragón y el niño los que se roban los momentos en pantalla. Es una historia agradable y que puede significar unos buenos momentos con los hijos en el cine.
Calificación: *** (buena)