Nunca antes hemos asistido a una movilización social tan grande y prolongada como la de miles de campesinos y cooperativistas que en estas semanas marcharon sobre Asunción, provocando gran resonancia y controversia, y que sin embargo ha obtenido –hasta ahora– respuestas tan negativas del Gobierno y de la clase política, pero sobre todo tan magros resultados.
La gesta ciudadana del Marzo Paraguayo en 1999 tardó 5 días en tumbar a un gobierno y apenas 2 días para obtener la condonación de deudas a los campesinos. En setiembre de 2015, la movilización estudiantil #UNAnotecalles demoró también 5 días en lograr la imputación y prisión del rector Froilán Peralta y una gran barrida en toda la UNA.
La protesta cooperativa y campesina cumple 16 días este sábado y su fuego parece haberse apagado un poco tras el revés político.
El jueves 14, la Cámara de Diputados rechazó el pedido de las cooperativas de no pagar IVA sobre los créditos y el Senado postergó sin fecha el proyecto de condonación de deudas de los campesinos. El viernes 15, el Gobierno respondió que la condonación “no es viable” y ofreció refinanciar las deudas. Es decir: fueron 15 días de protestas sin haber logrado uno solo de sus reclamos.
Lo ocurrido deja cuestiones a reflexionar. Una de ellas es la necesidad de repensar estrategias de lucha. A diferencia de otras organizaciones campesinas que buscan empatía y adhesión ciudadana en sus movilizaciones, este sector –compuesto principalmente por la MCNOC, el Movimiento Agrario y Popular (MAP) y la Coordinadora Paraguay Ñane Mba’e– prefirió ir a la confrontación, no solo con la gente del Gobierno y el Congreso, sino con la misma ciudadanía, al cerrar calles por largas horas, sometiendo a mucha gente a un verdadero calvario cotidiano. El malestar contribuyó a reforzar prejuicios culturales sobre los campesinos. Si lo que buscaban era generar caos para poner en jaque al Gobierno, los resultados indican que fue un cálculo fallido.
La actitud hostil contra periodistas y medios también fue poco inteligente, sobre todo al meter a todos en la misma bolsa. Más allá de que exista o no el famoso cerco mediático, un hecho de tal magnitud no se puede ocultar y hay espacios periodísticos que se deben ocupar. Los medios alternativos son importantes, pero todavía influyen poco en la realidad.
Esta protesta refuerza lo que ya sabíamos: al Gobierno y a la clase política no les importa el sufrimiento campesino. Son tan generosos para condonar deudas a bancarios estafadores, transportistas mafiosos o industriales en quiebra, pero les resulta inviable tender la mano al sector social que sostiene al país. Una vez más, el clamor agrario, el tetãgua sapukái, ha sido un grito en el vacío. Pero seguro es un grito que seguiremos escuchando.