28 mar. 2024

Sonidos de la Tierra, sonidos de la paz

Alberto Acosta Garbarino. Presidente de Dende

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Alberto Acosta Garbarino

Desde hace catorce años, tengo el enorme privilegio de acompañar de cerca a Sonidos de la Tierra, ese formidable proyecto transformador liderado por Luis Szarán.

Si bien el proyecto tiene como eje principal a la música, realmente la misma es un medio para alcanzar un fin: evitar que niños y jóvenes, especialmente de zonas pobres, caigan en el abismo de las drogas, la prostitución y la delincuencia.

Existe una frase del mismo Luis Szarán que refleja muy bien la misión de Sonidos de la Tierra: “El joven que durante el día interpreta a Mozart, por las noches no rompe vidrieras”.

Durante estos catorce años, Sonidos de la Tierra pasó por 210 comunidades de todo nuestro país y más de 18.000 niños y jóvenes tomaron un instrumento en sus manos y recibieron educación musical.

Sin embargo, estos niños y jóvenes no solamente aprendieron a ejecutar un instrumento, sino también —y principalmente— aprendieron la disciplina y el respeto, imprescindibles para poder tocar en una orquesta.

Pero, por sobre todas las cosas, recuperaron su autoestima, que es la base para poder progresar en la vida.

A los miembros de cada comunidad —constituida por los padres, maestros y autoridades—, Sonidos de la Tierra les ha enseñado a organizarse y a trabajar juntos para obtener los recursos económicos necesarios, para mantener sus escuelas de música.

Este aprendizaje y este trabajo ha permitido la construcción de un poderoso capital social, basado en la confianza mutua y en la capacidad organizativa, y ha hecho posible la realización de otros proyectos beneficiosos para la comunidad, independientes a las escuelas de música.

Cuando se creó el programa de las orquestas H2O, cuyo objetivo —mucho más allá que tocar con instrumentos fabricados con elementos relacionados con el agua— era concientizar sobre la importancia del cuidado del medioambiente y de ese recurso vital que es el agua, las comunidades ya estaban preparadas para desarrollar diversos proyectos comunitarios, como por ejemplo, la limpieza de los arroyos.

En 1945, finalizada la Segunda Guerra Mundial en la que murieron unas 70 millones de personas, se creó la Unesco, agencia de las Naciones Unidas con sede en París, con la visión de que la paz no podría sostenerse solo en acuerdos entre gobiernos, sino que era indispensable el involucramiento de la gente. De personas con una educación que les forme en la ciencia, pero sobre todo que les enseñe a respetar la diversidad cultural y el medioambiente, y les inculque una cultura de tolerancia y de paz.

Frank Vogel, en un libro titulado Ríos fronterizos, nos dice que lo de las guerras por el agua no es un tema producto de un imaginario futurista, sino que ha sido una realidad en el pasado, lo es en el presente y lo será en el futuro.

Como ejemplo, explica, los enfrentamientos entre los Estados Unidos y México por el río Colorado o las guerras entre los países del Medio Oriente por el río Nilo o el Jordán.

Una cultura que sepa cuidar y que sepa compartir el agua será fundamental para la paz en el mundo en este siglo XXI, y por ese motivo, la Unesco ha reconocido la tarea que realiza Sonidos de la Tierra, a través de sus orquestas H2O y de la inmensa labor de transformación que realiza en las comunidades.

Esa labor va mucho más allá de que un joven sepa tocar un instrumento musical y no caiga en la violencia; va mucho más allá de devolver la autoestima a las personas; y va mucho más allá de crear comunidades emprendedoras.

La labor es nada más y nada menos que promover la paz en el mundo, transmitiéndoles la importancia de cuidar el agua para esta y para las futuras generaciones, eliminando así una razón para hacer futuras guerras.

Ahora Sonidos de la Tierra se ha convertido en Sonidos de la Paz y es un orgullo para nuestro país.

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