Con una única y angosta calle que la cruza: Florencio Villamayor, y viviendas que debido a las pequeñas dimensiones de los terrenos van creciendo en altura, San Blas, el sector más antiguo de la Chacarita, fue testigo en todo este tiempo del crecimiento desordenado que vino experimentando Asunción, que cumple mañana sus 479 años de fundación.
Lejos de ser aquel villorrio de precarias casas que se fueron instalando lenta pero progresivamente en la ribera de Asunción en la primera mitad del siglo XVIII, esta población va creciendo y afianzándose con la autogestión y el esfuerzo de sus habitantes, para lo cual tuvieron que vencer inundaciones y todo tipo de adversidades.
Pese a ocupar una diminuta porción, estimada en una superficie de 0,54 kilómetros cuadrados, de ese populoso y extenso barrio asunceno, su gente cuenta con las instalaciones del club 3 de Febrero, para la práctica de deportes, la escuela Alicia Elisa Lynch, a la cual acuden la mayoría de los niños del lugar, y el oratorio San Blas.
La cercanía del Casco Histórico y del microcentro de la ciudad es un factor que brinda una diversidad de oportunidades laborales y académicas a jóvenes y adultos mayores que viven en este punto.
TESTIMONIO. Ña Gabriela Zorrilla nació hace 85 años en San Blas y afirma que junto a Punta Karapã, ubicado en lo que se conoce como Chacarita Alta, es un barrio emblemático de Asunción que merece una mejor atención por parte de las autoridades nacionales y municipales.
Recordó que en 1928, su abuela y su madre vinieron a este sitio desde la ciudad de Fernando de la Mora, en donde vivían en un punto limítrofe con Ñemby.
“Mi abuela y mi tía eran galoperas. A ellas se las recuerda en importantes piezas musicales que hablan de la historia misma de Asunción. Nuestro barrio solo llegaba hasta Iturbe. Allí donde hoy está La Providencia estaba la cárcel. Recuerdo que un día hubo un gran alboroto, disparos. Yo era niña. Había sido fusilaron a Gastón Gadín (parricida de Villa Morra)”, destacó.
“Nací cuando se desataba la Guerra del Chaco y crecí en medio de revoluciones, como la del 47. Por eso decimos que somos parte de la historia de este país, de su capital. Siempre luchamos. Hoy para ganarme la vida vendo sándwiches de milanesa y mi hija vende pizzas y empanadas. Hay gente honesta aquí. No todo es malo”, aseveró.
Lamentó que la gente venda y parcele sus propiedades, lo que hace que todo se vaya cuadriculando. “Por eso vivimos todos encimados y debemos crecer para arriba. Creemos tener derecho sobre el lugar que habitamos. Generaciones enteras pasaron por aquí. Antes nos cobraban un canon anual, pero hoy ya no lo hacen”, puntualizó.