“Seamos estupendos amigos/ dejemos la crítica de lado/ la música no tiene moral/ la música no tiene mensaje para dar/ y sin embargo te lo doy”. Esta última parte de la canción Fan de Scorpions, de los Babasónicos, me vino a la mente luego de leer la controvertida opinión de Adrián Cattivelli sobre la cachaca, y la respuesta de Andrés Colmán Gutiérrez.
Todo lo que el ser humano hace, y no proviene directamente de la naturaleza, suele clasificarse como cultura. Son creaciones humanas, cosas, pero en sí no tienen moral. La moral se aplica a los seres humanos solamente (Spinoza). De estas cosas que hacemos, inmediatamente las clasificamos algunas como de buena calidad y otras como de mala calidad.
Haciendo una analogía con el cine, se puede afirmar que prácticamente el 90% de lo que llega en nuestras salas de cine es de mala calidad si le aplicamos ciertos parámetros. Si alguien quiere ver algo más elaborado, debe acudir a ciertos videoclubes o verlos online. Lo que estoy diciendo es que los que vamos al cine prácticamente consumimos lo equivalente a ir a una disco a bailar cachaca. Pero estas cosas a las que le aplicamos tales herramientas para clasificarlas de mala o buena calidad no son absolutas, repito, menos aún para la música, el cine y otras manifestaciones culturales. Pero otra cosa es querer aplicarlas a la gente que consume tales productos culturales. Moralmente nadie es mejor o peor que otro por la música que escucha o por el tipo de cine que ve.
Otra cosa es cómo y en qué contextos se consumen tales productos. Jamás vi a alguien pasando con su auto (convertido en un parlante) y poniendo a todo volumen Las cuatro estaciones de Vivaldi. La cachaca está hecha para ser bailada, y como escapismo, algo que también cumplen otros tipos de música. Sobre dicho contexto y los modos de consumo ya son los sociólogos y los antropólogos los que nos pueden decir muchas cosas, especialmente si acudimos a conceptos como “consumo de masa” e “industria cultural”. Los psicólogos, por otro lado, nos pueden mostrar que un corrupto puede ser perfectamente un amante de Beethoven o Coltrane, y un voluntario social ser un fanático de Motörhead o Talento de barrio, y viceversa.
A la larga, creo que la preocupación va por el lado de si somos mejores ciudadanos según qué tipo de música nos gusta. Pero esta ecuación no creo que sea tan simple. Pero si alguna vez se descubriese que tal o cual tipo de música mejora a las personas, las hace más responsables, solidarias, tolerantes con el diferente, deberemos aplicar urgente una terapia musical. Lo que sea, con tal de sacar adelante a nuestro maltrecho país.