En una democracia, la política es una actividad que tiene claramente dos momentos: primero, el momento de competir en las elecciones para alcanzar el poder y segundo, el momento de gobernar para solucionar los problemas de la sociedad.
Para realizar ambas tareas se crearon los partidos políticos, que son organizaciones que deben trabajar en los dos momentos. Organizando la maquinaria electoral y también analizando los grandes problemas nacionales y proponiendo soluciones concretas a los mismos.
Para llevar adelante ese trabajo es fundamental que los Partidos Políticos tengan una clara ideología que guie su accionar y que realicen una amplia y profunda formación de sus partidarios y de sus dirigentes en esas ideologías.
Hasta aquí la teoría o el deber ser. Ahora miremos lo que está pasando en gran parte de América Latina y en el Paraguay.
Aquí las elecciones se han convertido en el fin de la política y no en el medio para alcanzar el poder para gobernar. Aquí las elecciones son el punto de llegada y no el punto de partida; aquí las alianzas entre los partidos políticos no se realizan en función a hacer posible el gobernar, y hacerlo bien, sino en base a la conveniencia electoral.
A esta inversión de los valores de la política se le llama “electoralismo”. El sufijo “ismo” que va al final de una palabra significa exceso o abuso.
Por ejemplo: el consumo es necesario para poder vivir pero el comprar frenéticamente todo lo nuevo que va saliendo se le llama “consumismo"; la paternidad es necesaria para proteger a un niño indefenso, pero la protección excesiva a un hijo adulto se llama “paternalismo”.
De la misma manera, en democracia, las elecciones son necesarias para llegar al poder, pero ese debe ser el punto de partida para gobernar, que en el fondo significa buscar la solución de los grandes problemas sociales, económicos, ambientales y de seguridad que aquejan a nuestra sociedad.
En el Paraguay nuestra democracia se ha limitado exclusivamente al ritual electoral y los partidos políticos se han convertido en simples máquinas electorales. En el Paraguay el “electoralismo” está matando a nuestra democracia.
Como en el Paraguay los partidos políticos no se han dedicado a formar a la futura dirigencia y lo único que quieren es ganar las elecciones, no es raro que se busquen candidatos out siders que sean famosos o tengan mucho dinero...pero sin ninguna experiencia ni formación política.
Por eso, en el 2008 hemos elegido como presidente a Lugo, un obispo de la Iglesia Católica, y en el 2013 a Cartes, un empresario sin trayectoria en la política. Por eso, hemos elegido como intendente de Asunción en el 2006 a Evanhy, y en el 2015 a Mario, ambos del mundo de la radio y la televisión.
Es patético que el partido político más grande del Paraguay, el Partido Colorado, que tiene más de 2 millones de afiliados en todo el país, esté en este momento buscando entre personajes del mundo de la comunicación o del modelaje para encontrar candidatos.
Es patético porque la actividad política cuyo objetivo principal es gobernar el Estado requiere de personas con formación y con experiencia en esa labor. Al igual que para ejercer la medicina, la ingeniería o la abogacía.
Es cierto que la clase política se encuentra muy desprestigiada, por la incapacidad y la corrupción reinantes en la mayoría de ellos. Pero eso no se soluciona con candidatos populares, pero sin preparación en política.
Eso se soluciona con educación, educación y educación, tanto de nuestros futuros dirigentes como de la ciudadanía en general y con una profunda reforma del sistema electoral.
Apuntemos a esa educación y a esa reforma cuanto antes.