18 mar. 2024

Diez millones de muertos

Guido Rodríguez Alcalá

Este es el número de personas que morirán, por el uso de armas convencionales en los primeros treinta minutos de una guerra en Corea; nótese que se trata de armas convencionales y no de armas atómicas, una catástrofe adicional no considerada en el cálculo.

El cálculo no es mío, sino de Steve Bannon, que algunos consideraron el monje negro del gobierno de Donald Trump, hasta su reciente destitución. Bannon es un hombre de derecha, de la línea dura, y por eso sorprende su oposición a la guerra, y a todas las actitudes belicistas, en la relación entre Estados Unidos y Corea del Norte. Hay que descartar la intervención militar, dijo Bannon en una entrevista publicada por el periódico norteamericano The American Prospect (Steve Bannon, Unrepentant). ¿Por qué hay que descartarla? Porque, si se siente perdido, el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un, utilizará todo el arsenal que tiene a mano (incluso la bomba atómica) contra Corea del Sur (aliada de los Estados Unidos) y cualquier otro blanco alcanzable (Japón y los Estados Unidos). Por supuesto, el ejército norteamericano hará desaparecer al ejército norcoreano, mas no antes de que el norcoreano pueda exterminar a millones. La única salida racional es la diplomática, que se puede y se debe utilizar presionando a China, hasta el momento gananciosa en la rivalidad entre Trump y Kim. A China se la debe presionar con medidas económicas, según el colaborador de Trump, una opinión diferente de la de otros hombres del gobierno, como Rex Tillerson, quien declaró recientemente: si Corea del Norte no deja de fabricar bombas atómicas, puede esperarse un ataque militar.

Ciertos analistas políticos comparan la tensión presente con la de 1962, cuando Kennedy y Kruschev estuvieron cerca de lanzar ataques nucleares a causa de los misiles soviéticos en Cuba; en opinión de algunos, la situación presente es más peligrosa, porque Trump y Kim son dos locos armados con armas termonucleares. Yo no soy siquiatra para evaluar el estado de salud mental de los dos adversarios. No pienso que estén locos, pero –sin llegarse a la locura– se puede hacer mucho daño, demasiado. De parte de Trump, su reacción ante los atentados de Charlottesville y Barcelona ha sido la de una persona que busca un rédito político de esas tragedias; esas y otras actitudes mal intencionadas y torpes pueden provocar una respuesta temible de Kim, que no debe de tener una percepción muy clara de las cosas.

Los dictadores pierden el contacto con la realidad y Kim no es un dictador de la primera, sino de la tercera generación. Su abuelo Kim il Sung gobernó Corea desde 1948 hasta su muerte (1994); le sucedió su hijo Kim Jong-il (1994-2011), reemplazado a su vez por el actual Kim, quien no desmerece a sus progenitores: hizo ejecutar a su ministro de Defensa con un cañón y a su ministro de Seguridad con un lanzallamas. Quitando la paranoia, los norcoreanos tienen razones históricas para desconfiar de los Estados Unidos (véase el artículo de Atilio Boron, Corea del Norte: razones y sinrazones de una crisis).

Kim manipula ese temor de sus compatriotas y, sin justificarlo, ese temor debe tomarse en cuenta a la hora de buscar una solución a la crisis.

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