Días pasados el caso de una niña embarazada, con tan solo 11 años, fue noticia en todos los medios y nos recordó las alarmantes cifras que, mínimamente, deben avergonzarnos como sociedad. Según un informe presentado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), “dos de los partos diarios que se registran en el país corresponden a adolescentes de 10 a 14 años”.
Esto significa que estamos haciendo muy mal la tarea en todos los frentes, no solo en la educación formal, sino también en nuestras casas. Si en las aulas y otras dependencias estatales, como el Ministerio de Salud, no se logra llegar a la población con información para prevenir los embarazos precoces, entonces el Estado debe realizar un mayor esfuerzo en el asunto. Y si en sus casas las niñas de hoy, en pleno siglo XXI, todavía no pueden tener una charla con sus padres sobre sexo y sus implicancias, es porque aún son muy fuertes ciertos tabúes y la ignorancia sigue haciéndonos miserables.
Es seguro que muchas de estas niñas provienen de situaciones de marginación social, que no pueden sostener instituciones, como la familia, y un hogar con lo mínimo para vivir dignamente. El problema es de una gran complejidad, sin duda. Pero eso no significa que debamos bajar los brazos; al contrario, es crucial comprender que si no cuidamos a nuestras niñas, nuestro futuro será más negro todavía.
La organización internacional PLAN afirma que invertir en las niñas es inteligente, pues está comprobado que “un año extra de educación secundaria supone un aumento de entre un 10 y un 20% en los ingresos de una niña cuando sea adulta Además, las mujeres dedican el 90% de su remuneración a su familia, existiendo así un efecto multiplicador capaz de romper con el círculo de la pobreza”.
Cuidar de nuestras niñas es una política de género porque en todos los ámbitos de injusticia social, ellas son las más discriminadas. En cualquier situación donde podamos imaginarnos marginación, son los niños quienes peores consecuencias conllevan y, de entre varones y mujeres, son las niñas las que no estudian y se dedican a otras tareas que anulan sus posibilidades de superar su situación personal y social. Es decir, son las últimas marginadas dentro de los marginados, las últimas discriminadas en cualquier cadena de discriminación, porque el último criterio es el machismo que no ve importancia en la mujer.
No invertimos en nuestras niñas y, por lo tanto, no somos inteligentes. Al contrario, somos bastante necios para no darnos cuenta de que estamos condenando a nuestras mujeres que más nos necesitan. Si las cuidamos, el efecto multiplicador será inmediato, pues también los niños lo serán al tener hermanas, primas, madres y tías fuertes y educadas. Es una cuestión de inteligencia y de humanidad por sobre todo.