Por Brigitte Colmán
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El pasaporte que lo reuniría con sus hijos llegó tras meses de espera, apenas unos días antes de morir, pero llegó demasiado tarde.
Bedros Ibrahim, 91 años, había huido de Siria, pero no tuvo la misma mala suerte de los cientos que terminan ahogados en el fondo del Mediterráneo, o mueren descuartizados en una explosión en alguna calle de Alepo.
Bedros Ibrahim murió en Asunción, a 12.113 kilómetros de su casa. Murió aguardando el pasaporte que la burocracia del Estado paraguayo le gambeteó durante meses.
El anciano sirio había recibido –junto con otras seis personas– la protección del Estado paraguayo en calidad de refugiado, en agosto del 2015. Y aguardaba el documento para poder reunirse con sus hijos que viven repartidos por Bélgica, Estados Unidos y Turquía, y a quienes no veía desde hace 20 años.
Sin embargo, un infarto fulminante puso fin a su largo viaje.
Los refugiados que llegaron a Paraguay en 2015 escaparon de Qamishli, un pueblo en la frontera con Turquía, con población mayoritariamente cristiana y kurda, lo cual los exponía más a los ataques de los militantes del Estado Islámico.
De Qamishli a Estambul, y después un periplo en avión que los paseó por San Pablo, Santa Cruz, Río de Janeiro, São Paulo, y sin quererlo ni pedirlo su viaje acabó en Asunción, en un país cuyo nombre ni conocían.
Los siete sirios quedaron en agosto de 2015 bajo la protección del Estado paraguayo en calidad de refugiados desde entonces. Entre estos se encuentran Nafia, la esposa de Bedros, y sus dos nietos: Nahed y Devet.
En arameo. La tragedia que está ocurriendo en Siria no es la primera que tuvo que vivir el anciano. De hecho, su huida de Siria no fue la primera para Bedros, ya que su familia era de Mardin, en Turquía, y cuando sobrevino el genocidio asirio y sus padres fueron asesinados por los turcos él huyó con sus hermanos y se estableció en Qamishli, donde lo adoptó una familia. Del resto de su familia nunca más supo nada.
Algunos detalles de esta experiencia se la transmitió al padre Andrés Gauna, de la Iglesia Maronita, quien recuerda que, cuando se encontraba con el anciano podía hablar con él en arameo, “el idioma de Jesús”.
Él dejó Siria para poder volver a ver a sus hijos, “y que mala suerte tuvo”, reflexiona el padre Andrés.
El pasaporte. ¿Por qué tardaron tanto en darle el pasaporte?
El comisario principal Gilberto Gauto, jefe del Departamento de Identificaciones, responde a la pregunta explicando que los pasaportes para refugiados son especiales.
Y, porque no son muy usuales, se debe parar la impresión de los demás para poder imprimirlos. Es un documento que solo cuenta con 12 páginas y en la carátula se cita la Convención sobre el Estatuto de Refugiados, dice.
Ante el reclamo de que se tardó demasiado en proveer el pasaporte al refugiados sirio, el funcionario responde: “No creo que haya sido así, pero respeto lo que ellos dicen, pero no creo”.
El funcionario resalta que son poco frecuentes los pedidos de pasaportes para refugiados, a diferencia de las cédulas de identidad.
Pero eso ahora ya no importa, pues Bedros Ibrahim, el refugiado de 91 años, murió en Asunción, a 12.113 kilómetros de los paisajes de su infancia, y aquí se quedará, en un panteón prestado por la comunidad siria del Paraguay.