Tus naranjos y tus flores

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En el archivo de Última Hora encontré hace poco un artículo titulado: Las siete canciones más populares dedicadas a Asunción.

Ahí se menciona que el techaga’u marca el ritmo de las canciones más conocidas en honor de la capital del Paraguay, debido a que los autores vivieron en el exilio, y precisamente su creación artística quedaba marcada por la experiencia de no poder volver al país.

Desde acá adentro también se extraña aquella visión de barrios con aroma a flores de naranjo y jazmines en flor. Y se extraña una ciudad que, según cuentan, era de la gente.

Con vecinos sentados en las veredas, y que no vivían el temor a ser asaltados mientras compartían una ronda de tereré.

Claro que aquella Asunción probablemente tenía menos gente, y tenía sobre todo una dimensión más humana, menos cemento y más verde. Una ciudad que tenía el lujo de patios baldíos donde los niños se juntaban a jugar fútbol; no como la de ahora, con baldíos llenos de niños abandonados, adictos a todo y expuestos a todo tipo de peligros. Niños por cierto, de los cuales nadie se hace responsable.

Cuentan los ancianos que hubo antes una Asunción en la que los niños jugaban en la calle. Supongo que con calles de tierra, y sin autos eso era posible. Ahora el tráfico de vehículos es uno de los grandes peligros para la vida de la gente.

Con el pensamiento de que asfalto es progreso, se cubrieron los empedrados que al menos drenaban mejor el agua de lluvia. Y gracias a tanto asfalto tenemos caudalosos raudales, otro de los peligros de la ciudad.

La normalidad nuestra son las calles repletas de autos y más autos, motos y más motos; un transporte público nefasto, caos y kilométricos embotellamientos, contaminación, pérdida de tiempo y de paciencia.

Sin mencionar la infame organización territorial que obliga a los asuncenos a sostener una Municipalidad llena de funcionarios que nunca nos proveen servicios eficientes; y a nivel urbano, a mantener una infraestructura vetusta, caduca y anticuada, utilizada a diario por millones que no viven en Asunción, porque Asunción se está convirtiendo en una ciudad fantasma, especialmente si tomamos con referencia el centro.

En la capital, las soluciones a nuestros dramas avanzan al mismo ritmo que nuestro caótico tránsito. Las obras, si llegan hasta el final, nunca resuelven los verdaderos problemas ni satisfacen las verdaderas necesidades. Nuestros administradores, del Estado y de la Comuna de verdad creen que es posible combatir el caos del tránsito ensanchando las avenidas o construyendo viaductos. Por eso seguimos combatiendo la obesidad comprando ropa varios talles más grandes.

Ahí tenemos una Costanera, pensada exclusivamente para los autos, pero que cada fin de semana es invadida por una ciudadanía que necesita espacios públicos de esparcimiento, gratuitos y seguros.

La Costanera no iba a ser luego para la gente, por eso la proyectaron sin árboles, sin una mínima sombrita en la que refugiarse de nuestro calor de 45 grados. En ese lugar, sentarse a contemplar una Bahía de Asunción supercontaminada puede terminar en una quemadura leve o una insolación.

Del metrobús mejor ni hablemos, es como para llorar una semana, sin parar. Y eso si tratamos de olvidarnos de los millones de dólares con que nos endeudaron para nada.

Los asuncenos nos merecemos una ciudad limpia y ordenada, sin tráfico desquiciado. Una Asunción con jazmines y árboles en sus veredas. Una que cuida sus edificios históricos y a su gente; y donde las obras y la inversión se enfocan en la calidad de vida de los ciudadanos exclusivamente. Pero esos deseos suenan tan ingenuos como la idea de los naranjos y las flores de las canciones, o como esperar que algún candidato dedique al menos un minuto de su campaña a pensar en cómo mejorar la vida de los asuncenos.

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