Renovar la democracia fatigada

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Por José Bergues

A mi generación le ha tocado asistir a muchos y grandes eventos en el siglo XX y en lo que corre del actual, tanto en Paraguay como en el mundo. La segunda guerra mundial, con la reconstrucción posterior en Occidente y la conformación del bloque soviético detrás de la “cortina de hierro"; la revolución del 47 en nuestro país, la inestabilidad política luego, y, como reacción a ello, el surgimiento y la consolidación de una larga dictadura; la caída del muro de Berlín y, con algunos meses de antelación, el amanecer de la esperanza democrática en 1989.

En las décadas posteriores, vivimos experiencias populistas de izquierda en la región, ahora en retroceso con la muerte de Chávez, la derrota del kirchnerismo en la Argentina y la destitución de Dilma Rouseff en Brasil, cuyo antecedente más cercano fue el juicio político a Fernando Lugo. En las últimas semanas, se agrega a aquello el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, una versión diferente del populismo, y en estos días la muerte de Fidel Castro, símbolo de toda una época con su carga de luto, opresión y violencia en nuestra América.

Aquella esperanza democrática que surgió en Paraguay a fines de los 80, aparece hoy como fatigada, desilusionada y sin fuerzas para renovarse. El “nuevo rumbo” que nos prometieron en el 2013, languidece y recae en los viejos vicios de la política criolla, y hoy por hoy su único atractivo consiste en el reparto de prebendas en forma de dinero o de cargos para sus partidarios y sus amigos. La ilusión se ha perdido en el camino.

Como decía en una columna anterior, citando a Einstein, es una locura hacer lo mismo de siempre y pretender que los resultados sean diferentes. Las promesas de cambiar las formas de hacer las cosas, quedan empantanadas en instituciones cuya estructura está diseñada para impedir, y no para facilitar los cambios. Es así porque la función pública –es decir, la burocracia ligada a los políticos– no tiene incentivos para mejorar, y si lo logra en algunos aspectos, vuelve a recaer en las viejas prácticas, porque los políticos se van cuando termina su mandato, pero los funcionarios quedan.

He leído que, tanto en Estados Unidos como en Europa, las burocracias tienen más poder y más duraderos que el de los políticos electos por el voto. El brexit, la salida de Gran Bretaña de la UE, responde en gran medida al desencanto con las regulaciones rígidas de la burocracia, que se impone sobre los Gobiernos nacionales electos.

Esta es apenas una parte del problema, pero tal vez el principal obstáculo para cambiar. Tengo amigos que han ejercido altas funciones en el sector público, y han salido frustrados por la corrupción y la ineficiencia.

¿Es que hay algún ex presidente paraguayo que pueda jactarse de haber dejado el país en mejores condiciones que las que existían antes de su mandato? Los nostálgicos dirán que Stroessner, pero la herencia del dictador es como la de Castro, en la que lo negativo supera abrumadoramente a lo positivo. Y si extendemos la mirada al resto del Continente, encontramos la misma realidad, especialmente en aquellos que han sido reelectos. Algo falla en la democracia, y la solución no está en suprimirla, sino en renovarla desde sus cimientos.

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