“Obras son amores”

Carolina Cuenca

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Yo no sé ustedes, pero en mi niñez los mensajes más fuertes de amor no venían de repetir esa palabra a cada rato, de abrazarlo todo como para estrujarlo “de amor” a lo Elvira Duff, la famosa personaje de dibujos animados obsesionada con los animales, pero, a la vez, ajena al dolor que les provocaba. Daba cierto miedo Elvira y hacía reír, claro, pero no inspiraba amor.

Mi comentario viene a cuento de la expresión del ministro de Educación al parafrasear al recordado pedagogo Ramón Indalecio Cardozo, para señalar que “solo el amor hará el milagro en la educación”.

Algunos se burlan de esto y otros se la toman a lo Elvira Duff, de forma muy sentimental, me parece. Sin embargo, quienes tenemos tareas educativas sabemos muy bien que la educación que conlleva amor es la única verdadera educación, aunque sea técnica, como la que me tocó en el bachillerato en mi querido CTN.

Si es a este amor al que se refiere el ministro, tiene razón. Quien tiene amor estudia mucho, enseña bien, guía, no solo “facilita”; no impone, pero sí da claridad, certezas, consistencia, fortalece la identidad y, si es necesario, corrige, y lo hace hasta el cansancio porque le importa. Quien tiene amor progresa y llega a gobernar lo más difícil: Sus propios instintos. El amor es civilizatorio porque mueve las verdaderas teclas internas de una educación de calidad.

Claro, si reducimos el amor a un encariñamiento caprichoso, en la sociedad del “ahora y ya”, “si no me sirve, chau”; si lo miramos así, por supuesto que resulta meloso, pesado, ridículo y desprovisto de razones.

Pero si lo analizamos más objetivamente, Indalecio tenía razón, porque su abuela, su madre y su maestra paraguayas tenían razón, porque ellas nos “primerearon” a todos los educadores en este tema.

La pedagogía del amor es tener cuidado de los detalles, es tener orden, es conocer, es respetar, es saber reír, es persistir, es terminar bien lo que se empieza; es aspirar a un bien superior, es realizarse; está adherido a la categoría del ser, no del tener. Y no me refiero a que el amor viva del aire como quien lo pinta de color rosa, al contrario, el amor es concreto, honesto y sacrificado, por eso decía Teresa de Ávila y repetían las sabias abuelas paraguayas: “Obras son amores”. Es decir, no es simple parlanteo mediático, consultivo, opinólogo, politiquero.

La educación la deben llevar adelante personas apasionadas por la verdad, por el bien y por la justicia, pero también realistas o, sino, siempre será mediocre. Porque la mediocridad tiene vara moral, no solo técnica. Entonces, no se trata de atacar y cambiar al ministro, ni se trata de defenderlo desde una lógica de poder… Se trata de que si queremos que la educación mejore, tenemos que hacer nuestra parte del “milagro” con genuino altruismo y sentido del deber, incluso ayudando al ministro, aunque no sea de nuestro bando, por amor a los niños y esto no se logra más que trabajando duro y con un ideal enfrente. Porque, a diferencia de su opuesto, el nihilismo deconstructivo y criticón (no crítico), el amor es comprometido.

Me toca colaborar en la edición de materiales educativos y conozco gente que “desperdicia” horas de sueño, feriados, fines de semana por amor a los niños de su país; también conozco a muchos lobos disfrazados de cordero y a gente mediocre; decido colaborar no por una utopía deshilachada, ni por un cariño superficial, sino por un ideal que me inculcó gente sabia a la que vi entregarse a su trabajo, a veces silencioso, dándole sentido a eso de que “nada educa tanto como el ejemplo”.

A 32 años del encuentro de Juan Pablo II con los constructores de la sociedad en mayo de 1988, recuerdo su mensaje que creo vale para todos hoy: “El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo teniendo siempre ante los ojos la realización del bien común”…

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