Los accidentes no existen

Arnaldo Alegre

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El camino a las tragedias está sembrado de inocentes hechos inconexos que en un momento, al conjugarse fatídicamente, se vuelven catastróficos. Y después todo es lamento, gestos ampulosos de solidaridad y conmoción y ruegos a altísimos diversos para expiar las culpas y el dolor por algo evitable.

Las catástrofes se alimentan de los necios, y difícilmente estos sacan alguna lección de ellas. Lo peor de todo es que los zopencos siguen multiplicándose con el sentido común de un cascote.

Tuvimos dos ejemplos de esta triste verdad en la semana fenecida. A nivel local, una copiosa lluvia de 30 minutos convirtió las calles de la Gran Asunción en trampas mortales. En el plano internacional, el cuento de hadas del Chapecoense se transformó en un macabro ejemplo de los oscuros y espúreos intereses que se mueven en el fútbol.

La fortuna libró al país de huracanes, terremotos, deslaves y maremotos. Dio a cambio fenómenos meteorológicos de menor impacto, las inundaciones y las tormentas. Gracias a la deshonestidad y al cretinismo, convertimos dos situaciones manejables en calamidad.

Antes, los torrentes pluviales no eran tan dañinos. La tierra absorbía la abundancia de agua y el empedrado minimizaba el impacto. Vinieron los genios a poner láminas asfálticas sin ninguna obra para la canalización de las aguas. Entonces, las calles pasaron, en cada lluvia, de ser dulces riachuelos a rabiosos tsunamis de agua dulce. Como la idiotez necesita de compañía, apareció el puerco, en su atávico afán de joder al prójimo, para arrojar basuras, escombros, animales muertos y hasta la tía abuela en el curso natural del agua, la cual, con prepotencia trumpniana, se lleva todo por delante, matando por lo general a inocentes. Los estúpidos se salvan, ya que además de sucios son cobardes.

En qué lógica se inscribe que un equipo de fútbol que está por jugar la final de la segunda competencia más importante del continente deba viajar en una empresa aérea que tiene tres aviones, de los cuales dos nunca funcionan. En qué lógica entra que un piloto de avión tenga el raciocinio de un carritero del Mercado 4 para buscar ahorrar combustible y matar a 71 personas. En qué lógica está que uno de los mayores negocios del mundo, el fútbol, no tenga un mínimo protocolo de seguridad para el traslado de sus protagonistas. La respuesta: en la lógica de la corrupción y la avaricia.

Los accidentes no existen. Los provocan los necios por angurria o estupidez.

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