La necesaria reflexión filosófica

Desde antiguo viene a la meditación un axioma vigente. Dice “Ignora la filosofía y terminarás por inventar alguna mala filosofía”.

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La inmediata reflexión que sugiere esta idea es que el ser humano no puede vivir sin filosofía. Forzoso es tenerla, pues a la larga se terminará por acoger una que probablemente sea una mala filosofía. De modo que su estudio representa cierta seguridad de asirse al arco de una buena.

La filosofía es por lo tanto necesaria a la existencia.

Ignorarla es un riesgo.

Pero su inexorable búsqueda no siempre es garantía de verdad.

No obstante, ¿por qué la filosofía adquiere la dimensión de necesidad para la vida personal y social? ¿No hay en la sugerencia un sobredimensionamiento de la importancia de la filosofía?

De hecho, se puede vivir sin la filosofía. La mayoría desde luego la desconoce. Y a pesar de ello vale la pena preguntar: ¿de qué vida se trata? Probablemente de una mera subsistencia biológica. O de una existencia que consciente e intelectivamente ignora la filosofía, pero que de modo práctico e inconsciente se deja guiar por alguna idea más o menos filosófica.

Hay que decir de una vez: la filosofía es indispensable para el sujeto porque el pensamiento y las verdades son constitutivos de su condición humana. Los primeros filósofos descubrieron la filosofía mediante la admiración o la actitud meditativa. O porque se dejaron llevar por la relación que se proyecta entre sus ideas y las cosas que despertaron su curiosidad, su atención.

Esa relación es philein, amor.

Cuando Heráclito afirma que “todo sucede según la discordia y la necesidad”, no inventa una verdad por simple abstracción. El enunciado surgió de una fuerza interior: el deseo de conocer, la voluntad de inquirir incesantemente y el asombro ante la belleza y lo ignorado. La filosofía es posible porque responde al deseo, al amor, que relaciona al hombre con su mundo de una manera singular: la de entregarse con pasión y completa inquietud a la tarea de pensar. ¿Por qué? Porque anhela conocer, saber. Lo desea tanto que su amor a la sabiduría se convierte en proyecto de vida, en destino.

Así la filosofía es vocación. Vocación de ser. De ser que se descubre en el pensar. Por eso, pensar y ser son una misma cosa: lo configurativo del hombre. No está aquí, en esta morada de la existencia, como un ente más que se muestra simplemente a la vista como los demás seres y objetos, sino como destinación pensante.

El amor al saber funda su identidad. Pero no ama el saber por el saber mismo, sino porque su destino es develar, explorar y confrontar las verdades, las cosas como realmente son o puedan ser. Vive para interrogarse y preguntarse sobre los enigmas. Además, por ese impulso consubstancial a su singularidad humana, del deseo de saber pasará al conocimiento científico; a crecer y a convivir con la filosofía y la ciencia.

Hoy ambas disciplinas del conocimiento cuentan con una interacción con diferentes sistemas y teorías. Hay tantas filosofías como hipótesis científicas.

Estudiarlas y dedicarse a ellas son formas de aproximación a una buena filosofía y a las leyes y a los principios de la ciencia. No basta la presentida necesidad, la que en un recodo de la vida nos puede llevar a alguna mala filosofía. Esto es: a una deducción incorrecta o a una idea falsa.

Pero también se puede arribar a una mala filosofía por la vía del estudio. En el axioma inicialmente citado no se denuncia ese riesgo. Y no por una neutralidad ética. Suponemos que por cierto determinismo. Por no afrontar el problema de que existen filosofías, así como seudociencias, que han construido afirmaciones y doctrinas que no resisten la evolución de los conocimientos ni la confrontación teórica. Pues hay “filosofías” que se aferran más a sus creencias y dogmas antes que a las verdades y conjeturas. Que son cerrojos de la observación y la crítica. Y que adoptan, por consiguiente, estrategias de encubrimiento, de distorsión y de manipulación.

Esas filosofías son malas, porque se han apartado del originario amor al saber, del saber que enciende y conmina a la verdad y a la duda, puertas de la reflexión fundante del conocimiento. Y de la insurgencia de la crítica a las instituciones y prácticas que ofenden a la razón. Mientras, la filosofía necesaria, imprescindible, es la que compele al pensar a la construcción de propositciones emancipatorias. Siempre, aquí y ahora, con proyección universal.

Juan Andrés Cardozo

galecar2003@yahoo.es

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