Jesucristo, Rey del Universo

Hoy meditamos el Evangelio según San Lucas 23, 35-43. El Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz, nos recuerda una de las antífonas de la misa.

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San Pablo enseña que la soberanía de Cristo sobre toda la creación se cumple ya en el tiempo, pero alcanzará su plenitud definitiva tras el juicio universal. Mientras tanto, la actitud del cristiano no puede ser pasiva ante el reinado de Cristo en el mundo.

La fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en poder y majestad, la venida gloriosa que llenará los corazones y secará toda lágrima de infelicidad. Pero es a la vez una llamada y acicate para que a nuestro alrededor el espíritu amable de Cristo impregne todas las realidades terrenas, pues «la esperanza de una tierra nueva no debe atenuar, sino más bien estimular, el empeño por cultivar esta tierra, en donde crece ese cuerpo de la nueva familia humana que ya nos puede ofrecer un cierto esbozo del mundo nuevo.

El papa Francisco al respecto del Evangelio de hoy dijo: “La liturgia hoy nos invita a fijar la mirada en Jesús como Rey del Universo. La bella oración del Prefacio nos recuerda que su reino es «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz». Las lecturas que hemos escuchado nos muestran cómo Jesús ha realizado su reino; cómo lo realiza en el devenir de la historia; y qué nos pide a nosotros.

Sobre todo, cómo Jesús ha realizado el reino: lo ha hecho con la cercanía y ternura hacia nosotros. Él es el pastor, del cual nos ha hablado el profeta Ezequiel en la primera lectura (cfr. 34,11-12.15-17). Todo este pasaje está tejido por verbos que indican la atención y el amor del pastor a su rebaño: buscar, vigilar, reunir, llevar al pasto, hacer reposar, buscar la oveja perdida, orientar a la desorientada, vendar las heridas, sanar a la enferma, cuidarlas, pastorear. Todas estas actitudes se han hecho realidad en Jesucristo: Él es verdaderamente el “gran pastor de las ovejas y guardián de nuestras almas” (cfr. Eb 13,20; 1Pt 2,25).

Y cuantos en la Iglesia estamos llamados a ser pastores, no podemos separarnos de este modelo, si no queremos convertirnos en mercenarios. Al respecto, el pueblo de Dios posee un olfato infalible en reconocer los buenos pastores y distinguirlos de los mercenarios.

Después de su victoria, es decir, después de su Resurrección, ¿cómo Jesús lleva adelante su reino? El apóstol Pablo, en la primera Carta a los Corintios, dice: «Es necesario que él reine hasta que no haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies» (15,25)... Y al final, cuando todo será puesto bajo la majestad de Jesús, y todo, también Jesús mismo, será puesto bajo el Padre, Dios será todo en todos (cfr. 1 Cor 15, 28).

Se extracta asimismo, lo dicho por el papa Francisco en la audiencia general del pasado miércoles, que dijo: “Dedicamos la catequesis de hoy a una obra de misericordia que todos conocemos muy bien, pero que quizás no la ponemos en práctica como deberíamos: soportar pacientemente a las personas molestas. Todos somos muy buenos para identificar una presencia que puede molestar: ocurre cuando encontramos a alguien por la calle, o cuando recibimos una llamada... Enseguida pensamos: «¿Cuánto tiempo tendré que escuchar las quejas, los chismes, las peticiones o las presunciones de esta persona?».

También sucede, a veces, que las personas fastidiosas son las más cercanas a nosotros: entre los familiares hay siempre alguno; en el trabajo no faltan; y ni siquiera durante el tiempo libre estamos a salvo. ¿Qué debemos hacer con las personas molestas? Pero también nosotros somos molestos para los demás muchas veces. ¿Por qué entre las obras de misericordia también ha sido incluida esta? ¿Soportar pacientemente a las personas molestas?

Entonces, surge espontánea una primera pregunta: ¿alguna vez hacemos un examen de conciencia para ver si también nosotros, a veces, podemos resultar molestos para los demás? Es fácil señalar con el dedo los defectos y las faltas de otros pero debemos aprender a meternos en la piel de los demás...”

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal).

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