Felicita, la voz que hace 15 años está clamando justicia

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El último trabajo. Por esta calle caminó Felicita llevando consigo su canasta con mandarinas. A lo lejos se ve el puente donde la esperó su agresor y el cerro donde dejaron tirado su cuerpo.

A la conocían por su carácter alegre pero frontal, por no callar cuando le hacían una injusticia. Era una niña a la que le gustaba dibujar casas con jardines florecidos y un amplio patio que soñaba comprar alguna vez a fuerza de trabajo, vendiendo mandarinas en el barrio. Pero este trabajo hizo que, a sus 11 años, se enfrentara cara a cara con una de las peores versiones de la miseria humana.

Ya pasaron una década y media de aquel fatídico día en que salió de su casa para no volver. Una mano negra, desconocida, la despojó de su inocencia y de su vida intentando callar la voz de la niña que en unos días más debía haber cumplido 26 años, pero cuyo futuro quedó truncado por el mal del abuso sexual infantil, que amenaza cada vez con más fuerza a la sociedad.

Lunes 31 de mayo de 2004. Mientras el silencio se apoderaba de la siesta del barrio Santa Librada de , Felicita se preparaba para salir a vender mandarinas. Hacía unas horas que había llegado de la Escuela María Auxiliadora, donde cursaba el primer grado, que ya lo llevaba repitiendo más de una vez.

“En su alforja se le olvidó el lápiz y el papel para elevar su cultura” –como dice la dulce guarania– y su preocupación pasaba por mantener a su familia, vendiendo fruta que su tía traía del mercado.

Los vecinos la vieron por última vez caminando por las calles de tierra, por la que pasa frente a su escuela, vestida con una calza de color naranja, una remara blanca adornada con flores y con su canasta en la mano, dirigiéndose hacia el centro de la ciudad, con la misión de llevar algo de dinero a su mamá. Ya nunca más volvería a su casa.

“Estaba volviendo de su venta y cuando llegó al puente (que cruza sobre el arroyo Yaguarón) un muchacho le preguntó si le sobraban sus mandarinas y le dijo que vaya a su casa, con la promesa de que le iba a comprar todas.

El muchacho tenía una botella de gaseosa que invitó a Felicita y ella aceptó”, relató Petrona Velázquez, tía de Felicita, una de las que participaron de su búsqueda cuando la niña no volvía de su jornada laboral.

La mujer afirmó que el muchacho al que se refiere es Fredy Antonio Florenciano Brítez, considerado por la Fiscalía como el principal sospechoso de haber raptado a la niña, abusar de ella, asesinarla y luego dejarla tirada a la vera del cerro, donde en las primeras horas del 1 de junio de 2004 un poblador la encontró con su cuerpito desnudo, los ojos abiertos y con las mandarinas que le sobraron tiradas en el pasto, rodeada de insectos.

Los investigadores determinaron que fue abusada y estrangulada, pero hasta el momento la Policía no pudo detener al que cometió tan aberrante crimen. “Bien la pudo haber llevado hasta el cerro para hacer todo lo que hizo”, especula Cecilia Díaz, antigua pobladora de Yaguarón y funcionaria de la Codeni, que afirma que hace 15 años que su pueblo no tiene paz, porque el caso sigue impune.

El rumor que corre en el pueblo es que un ex convicto apodado “Bandido”, de la compañía Ñandu’a, decidió hacer por propias manos lo que las autoridades no pudieron. “Lo que acá se dice es que le hicieron lo mismo que él hizo a Felicita y que lo dejaron colgado en un monte tupido. Es una versión que se escucha ñe’êmbeguépe”, afirmó una pobladora.

Recluida. Después de lo sucedido, como si se tratara de un autoexilio, Florencia Estigarribia, la madre de Felicita, se refugió en una precaria casa de la compañía Arroyo Servín de Pirayú, como para tratar de empezar una nueva vida. “Yo no quería que salga a trabajar, pero ella era muy decidida”, recordaba doña Florencia, sin dejar de fregar una remera que lavaba en un improvisado recipiente hecho con lo que alguna vez fue la cubierta de un camión.

El carácter de Felicita habría sido determinante para el trágico final de su vida, según su propia madre. “Yo creo que se le jugó así y la mataron porque el que hizo sabía que ella no se iba a callar. Ella siempre contó todo lo que le pasaba”, añadió.

Florencia tuvo 11 hijos, de los cuáles solo seis siguen vivos. Asegura que tiene presente en su carne el dolor de la pérdida de un hijo, pero no se resigna a que no se pueda hacer justicia con Felicita, con la detención del principal sospechoso.

Ella sostiene que el agresor no pudo salirse con la suya porque no logró callar la voz de Felicita, cuyo grito se multiplicó en miles de personas que claman por justicia. No hay un solo poblador de Yaguarón que desconozca lo que pasó con la niña. Desde su muerte, centenares de personas peregrinan, desde la plaza, hasta el cerro, en el lugar donde fue hallada, donde construyeron un nicho, pidiendo que el macabro hecho no quede impune, que su responsable sea castigado y que los casos de abusos no sobrevivan bajo el manto del silencio e impunidad.

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