El asistencialismo demagógico no mejorará la vida campesina

Hasta ahora, el bienestar de los campesinos solo está en los discursos del Gobierno. En dos años y medio de gestión basada en el asistencialismo demagógico, no se ha visto aún nada de carácter sustentable que permita concluir que empezó un proceso serio para transformar la vida rural del campesino desamparado. La Dirección de Extensión Agraria (Deag), que debería ser la institución que acompaña muy de cerca el trabajo de los productores rurales, es un organismo intrascendente. Esta y otras razones justifican plenamente la anual marcha campesina que, una vez más, reiterará sus reclamos. Ya es hora de que tengan una respuesta viable por parte de las autoridades, acompañándolos con recursos financieros y capacitación para salir de su histórico rezago social.

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Si hay un Ministerio de andar errático, que hasta ahora no ha encontrado la clave para desarrollar un trabajo con proyección sustentable en el futuro, ese es el de Agricultura y Ganadería (MAG). Anclado en un asistencialismo que carece del respaldo del seguimiento de parte de sus técnicos para que los campesinos multipliquen por su cuenta lo que han recibido del Estado, ha perdido un valioso e irrecuperable tiempo a lo largo de ya casi mil días de gobierno. El cambio de ministro hasta ahora no mostró los resultados esperados. Tal como reflejan los hechos, el actual es la continuación del anterior, aunque con un lenguaje mucho más político que el utilizado por su predecesor, de enfoque raigalmente técnico.

En un nuevo intento de rectificar rumbos para ver si no se aprovecha más fructíferamente el lapso de gestión que le queda al actual Gobierno en su relación con el campesinado pobre, el MAG designó a un nuevo director de la Deag.

La misión que se le asigna al nuevo administrador es un tácito reconocimiento del fracaso de lo que se ha venido haciendo: mayor asistencia a los agricultores y la creación de condiciones para que los jóvenes no emigren del campo para engrosar el cinturón de pobreza de las áreas urbanas, en particular las del Departamento Central, aledaño a la capital.

La función de la Deag es trabajar con los agricultores en sus chacras, orientándolos y proveyéndoles de los conocimientos técnicos que les permitan alcanzar mejores resultados en sus siembras, cuidados culturales, cosecha y comercialización de sus productos. Esa tarea no es fácil, porque hace décadas que los campesinos carecen de rubros de renta como alguna vez fueron, generalizadamente, el algodón, la esencia de petit grain o el tabaco. El sésamo nunca se consolidó como sustituto de aquellos. Tampoco, en muchos lugares del país, los cultivos de subsistencia forman ya parte de la rutina de los agricultores.

En medio de ese desconcierto y del desgano para producir es que los técnicos de la Deag deben insertarse. Lo primero que se les pide es una definición con respecto a los rubros a cultivar. Y luego viene la parte práctica del quehacer agrícola propiamente dicho. Hay que ver si llevan respuestas o solamente van a cumplir una labor demagógica de la que no se esperan, desde luego, resultados prometedores. La otra arista de su trabajo –crear condiciones adecuadas para que los jóvenes no se vean tentados a emigrar– es más difícil aún. Las nuevas generaciones reclaman otro tipo de respuestas, no ya las tradicionales .

Este es el contexto del trabajo de la Deag. Si solo se tuviera en cuenta este aspecto esencial en el desarrollo campesino –acompañar con sentido realista a los agricultores y abrirles horizontes de esperanza– que el Gobierno atiende a medias, ya se justificaría la marcha campesina. Es evidente, sin embargo, que las deudas con el sector son mucho más cuantiosas.

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