Cuba: Separar la paja del trigo

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Cientos de cubanos salieron a las calles a pedir libertad.

Foto: Gentileza.

Como siempre ocurre en las esferas donde un polvorín encandila al mundo y están en juego intereses de poder, una vez más la maquinaria mediática arrastra agua a su molino y moldea la realidad, dependiendo de la inclinación ideológica a la que está adscripta, mientras los internautas bombardean a favor o en contra, desde la vereda que les toque.

Me refiero al estallido social en Cuba, la isla caribeña donde se vienen gestando protestas en las calles, con anhelo de libertad y reivindicaciones postergadas durante décadas. La llama se encendió con más fuerza en estos días y las informaciones atraviesan los países para mostrarnos dos caras de la moneda.

La primera, fomentada por grupos afines a Norteamérica y a las democracias occidentales, que exigen el fin de la dictadura y la real apertura al mundo, enarbolando la defensa de los derechos humanos y de la libertad para el pueblo cubano. Allí convergen ideas de derecha, conservadores, el ala dura del capitalismo y la visión de conquistar una plaza (hasta ahora casi inexpugnable) para extender el libre mercado.

La otra, que sostiene el discurso de autodeterminación de los pueblos, protesta contra el bloqueo económico, fustiga el imperialismo con tentáculos hacia todos los rincones del mundo y enarbola banderas socialistas y de izquierda.

El mundo globalizado permite, además de un mayor caudal informativo, muchos ejemplos de desinformación y noticias tergiversadas (fake news), algunas de las cuales forman parte de un teatro vil, que no favorece la creación de criterio.

El fenómeno cubano —reconozcámoslo— tiene sus contradicciones que se remontan a su nacimiento como Estado, primeramente con el enfrentamiento entre los oriundos y España, pasando por el amparo estadounidense y llegando a la época del dictador Fulgencio Batista, que desde 1940 y por casi dos décadas gobernó con mano de hierro, hasta llegar al levantamiento de “los barbudos”, con Fidel Castro a la cabeza.

La orientación marxista-leninista impregnada posteriormente a la revolución de 1959 se comenzó a alimentar del sentido soviético de las cosas, y catapultó a la isla como uno de los bastiones infranqueables del bloque comunista en la Guerra Fría. Durante décadas, la economía fue planificada, se sostuvo como pudo la escasa producción local de materia prima y la escasez se multiplicó a medida que seguía el bloqueo económico.

Con la caída del régimen comunista en el mundo, Cuba tuvo que apelar a otros recursos y reconvertir sus principios ideológicos, para brindar gradual apertura al libre mercado, pero sin alcanzar un desarrollo real, ya que el andamiaje político-partidario continuó con férreo control de los opositores, quienes vienen lanzando al mundo la voz disidente, en busca de mayor pluralidad.

Uno de los déficits marcados que caracterizan a la isla es la poca oportunidad que tienen sus habitantes de elegir el modo de vida que gusten, ya que el socialismo aún imperante planifica la estructura social tal como el Estado lo determina, negando las libertades individuales. Pero el sentido de solución que se pretende brindar desde el exterior muchas veces va impregnado de intervencionismo puro, para moldear a imagen y semejanza de esa visión seudodemocrática sostenida por algunas potencias de Occidente en todos los rincones que buscan mantenerse equidistantes de esa órbita tutelar. En ese sentido, el tiroteo atroz de posturas encontradas desincentiva el debate criterioso y no colabora en separar la paja del trigo, ya que cunde más la defensa hasta irracional de la ideología de uno en detrimento del otro. Y con esto se perpetúa el pugilismo estéril, perjudicando la construcción de sociedad. Habrá que seguir viendo cómo decanta el proceso actual en la isla caribeña, para avizorar los cambios anhelados por su población, con solidaridad de los demás pueblos y gobiernos, pero libre de fuertes injerencias de los detentadores de poder, aves de rapiña siempre vigilantes.

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