26 abr. 2024

Crímenes de odio

Fernando Boccia Torres – fernando-boccia@uhora.com.py

Dos puñaladas en el corazón acabaron con la vida de Romina, una trans que trabajaba en las calles del centro de San Lorenzo. El asesino fue Blas Amarilla, un hombre de 21 años que confesó entre risas haber cometido el crimen. Salió de su casa preparado con su estoque, dispuesto a matar. “Les tengo odio porque son ladrones”, dijo refiriéndose a las chicas trans que acostumbran estar en las calles de la ciudad.

El asesino fue apodado en algunas crónicas policiales como “el cuchillero de travestis” porque se lo sindica como autor de al menos otros dos ataques similares en la zona. Testigos dicen que tras matar a su última víctima, siguió rondando la zona para acuchillar a otras chicas.

No fue un crimen aislado, producto de la demencia de un sicópata. Es un caso más de un sistemático exterminio de personas trans en la era democrática, alentado por la impunidad casi absoluta y una política estatal que invisibiliza y margina a las personas diferentes. Es una visión que excluye a quienes no siguen el estilo de vida que un sector de la sociedad considera como normal, basándose en fundamentos religiosos y dogmáticos.

Romina fue acallada por expresar su identidad de género y su muerte, por más que les pese a los sectores autodenominados y mal llamados “provida” o “profamilia”, no puede ser separada de las ideas de odio y discriminación que ellos difunden y que en las últimas semanas encontraron nuevamente un eco favorable en el Gobierno. Un Gobierno cuyo ministro de Educación ofrece quemar cualquier libro que enseñe el respeto a la diversidad de las personas y sus distintas formas de ver el mundo.

Promover un discurso que busca cercenar derechos a personas simplemente por su orientación sexual o identidad de género es promover un discurso de odio. No debería haber duda alguna al respecto. Ese odio al que es diferente se propaga y se convierte en violencia: son casi 60 las mujeres trans asesinadas en democracia en Paraguay y la enorme mayoría de estos crímenes no fueron investigados mínimamente.

En la medida en que continúe la discriminación, la negación de derechos y sobre todo que sigan sonando las voces oscurantistas que alientan la intolerancia y el fundamentalismo, la violencia se perpetuará. Quizás esas voces nunca desaparezcan. Lo realmente grave es que encuentren cobijo en el Estado y la clase política dirigente. Algún día tenemos que salir de las sombras.