Amor y pornografía

Roque Jara

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La sexualidad es uno de los aspectos más hermosos de una personalidad –en el sentido de lo que representa una persona ante los demás–, y no en balde su expresión más íntima y desnuda, por decirlo literalmente, solo es compartida con una persona muy especial, la pareja, esa persona con la que uno desearía –sin considerar como un esfuerzo, más bien un placer– pasar una vida entera a su lado. Es como yo lo siento. Una versión más ligth de este enamoramiento son los amores de verano o de discotecas, que ahora no vienen al caso.

Para ir al grano, de mi pareja me fascina la manera de encajar, enredarnos y quedar pegados como dos piezas de un puzzle con los bordes exactos, el uno en el otro. En dicha circunstancia, me gusta su tibieza, sentir las pulsaciones en sus brazos enlazados a mí, el leve temblor de sus labios. Me gusta ella, y lo sabe.

El sexo, sin embargo, implica responsabilidades y conocimientos; es decir, madurez de la persona, física, sicológica y emocionalmente como para sobrellevar una relación que no se debe pensar como solamente maripositas en la barriga, o que deba ser necesariamente duradera.

También hay que saber que existe otro tipo de sexo, el comercial, el que expone al individuo como objeto de placer. Esto no es nuevo, la pornografía –una de las industrias más importantes y esclavizantes de la faz del planeta– es un negocio que lleva décadas de existencia y la prostitución es una de las profesiones más antiguas de la humanidad, según las leyendas. Pero la vulgarización del acto sexual mediante las facilidades que brinda hoy día la tecnología para acceder a las páginas de pornografía ha corrompido enormemente la comprensión de la sexualidad y el sexo, trastrocando la idea de la compañera de vida por la de mujer objeto, una de las ideas fundamentales del machismo. Y eso es muy peligroso cuando llega a adolescentes, incluso niños en edad escolar.

La pornografía –que por naturaleza ofrece explotación sexual de la mujer– alimenta perversidades tales como la violación y el abuso infantil, cuyos reflejos y experiencias materiales los vemos a diario en las noticias.

Violadores siempre han existido, abusadores de niños también, pero en esta época de la globalización la cantidad es abrumadora, a tal punto que los potenciales abusadores de niños –en su caso– son lo que para los adultos representan los motochorros en las calles.

Como sociedad libre, uno tiene la libertad de mirar o no pornografía, pero los violadores y abusadores deben saber que sus actos les pueden llevar a arrepentirse por el resto de su miserable vida.

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