77.000 millones

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Esa cantidad es todo el producto interno bruto del Paraguay de la década de los noventa del siglo pasado y el doble del anual de los últimos años. Es el mismo valor que costó construir la mayor hidroeléctrica del mundo, Itaipú, y es la cantidad que nuestro país –por incompetencia, inutilidad, venalidad, complicidad con Brasil o traición de nuestros administradores– dejó de percibir desde 1985. Estos números han sido presentados en estos días por el investigador norteamericano Miguel Carter, quien prepara un libro donde se resume un descomunal fraude contra nuestros intereses. Itaipú es una vergüenza nacional y debe ser un escándalo internacional.

De su generación de energía limpia se benefició el Brasil en un 85%, dejando el resto al Paraguay que nunca recibió el precio justo por la entrega de su parte no utilizada a su socio. Hemos desarrollado la industria del vecino país sin haber cobrado lo que nos corresponde, y nuestros negociadores viendo y disfrutando cómo nos robaban a cielo abierto una cifra descomunal en varias operaciones financieras, como la deuda espuria o la doble indexación. Jamás ningún gobierno se animó a levantar su voz de protesta y nos contentamos con regalías, que eran como mendrugos de una comilona que nos hizo más pobres y marginales. Los que construyeron la represa se dieron por satisfechos con ingresos nunca antes conocidos y los administradores de siempre con los salarios de marajás que reciben por no defender nuestros intereses. Muchos de aquellos que levantaron su voz alguna vez pasaron por ahí o se encuentran en puestos claves bien calladitos con el dinero con que son recompensados mensualmente. Somos un país de bribones, que ha perdido la dignidad de levantarnos ante la mayor injusticia que recuerde América Latina. Los panameños, con el general Torrijos, se movilizaron para lograr que el canal volviera a sus manos luego de 100 años administrado por Estados Unidos. Ellos lo pudieron, nosotros ni animarnos a intentarlo hacemos. Asumimos nuestra condición de minusvalidez, mientras la corrupción hace el resto.

77.000 millones de dólares hubieran hecho duplicar el valor del gasto público, el de educación y el de salud. Hubiera dejado 29.000 millones de inversiones en obras públicas evitando con ello el endeudamiento actual que ya supera los 15.000 millones de la moneda americana. La llegada de Lula al poder el próximo 1 de enero abre una ventana de posibilidades para solicitar una reparación histórica del Brasil al Paraguay. Para eso debemos movilizar todo el país con todos los colores partidarios y un convencimiento de que es un acto de justicia y que los paraguayos nos merecemos al menos por dignidad intentar dicha reparación. Hay que hacerlo para que el gobierno electo no tenga margen de maniobra frente a la oposición que podría surgir en el vecino país. El gobernante electo tiene que saber que hay un país por detrás que le grita justicia y reparación.

Otra historia hubiera sido la nuestra con esas cifras multimillonarias. Otra realidad sería la del Paraguay. Si no queremos acabar siendo un protectorado brasileño, debemos movilizar las conciencias y agitar las voluntades. Ante la evidencia de los hechos, estamos seguros de que el pueblo brasileño apoyará nuestra causa. Claro que para eso debemos estar convencidos de que podemos y que debemos luchar por nuestra energía, pero por sobre todo por nuestra posibilidad de seguir siendo país. Hay 77.000 millones de razones que nos convocan como paraguayos y no debemos rehuir el momento y el mandato de la historia. Se entienden las lágrimas de frustración y rebeldía del Dr. Miguel Carter durante su presentación. Por lo menos por cortesía debería conmovernos.

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