14 may. 2024

“Bailar es como flotar en el aire”

Con casi seis décadas de romance con la danza, Marisol Pecci sigue moviéndose, creando y elaborando proyectos artísticos. Entrevista con alguien que bien baila.

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Por Silvana Molina

Su cuerpo menudo y tonificado se mueve naturalmente, sin la más mínima dificultad, al ritmo de alguna música que escucha en su mente. Con la flexibilidad de una veinteañera, a sus 63 años Marisol Pecci puede dejarte boquiabierto por la forma en que luce y sigue desplegando su arte corporal. En esta entrevista, Vida trata de seguirle los pasos a esta señora bailarina.

-¿En qué momento decidiste que querías dedicarte a la danza como modo de vida?

-Como estudiaba las dos carreras, la de ballet y la de piano –me formé hasta dar conciertos– tuve que decidirme por una, porque ambas exigían mucho. Entonces me di cuenta de que yo disfrutaba más en el escenario bailando y eso me hizo optar por la danza: sentía que mi cuerpo se tenía que mover. Pero agradezco mucho haber estudiado piano, porque la música es un elemento muy importante para bailar, sentir y crear, gracias a eso tengo mucha pasión por armar coreografías y espectáculos.

-¿Qué era lo que más te costaba en tus tiempos de aprendizaje?

-Técnicamente, yo no tenía una alineación corporal que me permitiera subir con facilidad a las zapatillas de punta. Y entonces eso me costó mucho, pero bailé coreografías en zapatillas de punta, porque sí tenía facilidad para cierto tipo de movimiento. Tu estructura te limita, pero se logran muchísimas cosas con trabajo. A veces las alumnas dicen: ‘Algún día vamos a ser como Marisol’, pero no es que yo nací con esa facilidad. Mi flexibilidad es fruto de mucho trabajo desde los seis años, y sigo trabajando. Estoy a punto de cumplir 64 en abril. Y no paro.

Tenía 19 años cuando entró al Ballet Municipal –que acababa de crearse–, donde estuvo casi tres años. Luego se casó y se fue a vivir a San Pablo, Brasil, donde estuvo desde el año 74 al 80 y continuó con su formación en danza. “Allá se me abrió el mundo, aprendí muchísimo de ballet y de danza jazz, moderna y contemporánea. En ese tiempo bailé en dos compañías, participé de espectáculos y giras y aprendí mucho de maestros como Ismael Guiser y Yoko Okada. Aproveché esos años a full. Fue una experiencia muy rica en todo sentido”, recuerda Marisol.

-¿Qué te heredaron tus maestros?

-Yo siempre fui de aprovechar todo lo que me puede dar un profesor. Entonces los disfruté a todos y los exprimí también. Pero no todo es color de rosa. De repente pasa que no estás satisfaciendo lo que requiere un maestro o un coréografo y entonces se genera un momento difícil. Me pasó una vez con Ismael Guiser: en un punto dado me reclamó, me dijo que no estaba dando todo. Y para mí fue muy duro, porque desde mi ser no lo sentía así. Fue como un balde de agua fría, y entonces me puse a llorar. En otra ocasión, yo quería trabajar con un profesor cuyas coreografías me encantaban. Siempre fui muy exigente conmigo misma, pero este señor me dijo: “Si querés que trabaje contigo, despertate, practicá todo el día y mostrame todo lo que podés hacer”. O sea, primero tenía que darle todo lo que yo pudiera de energía, de interés, de expresión, y después recién él iba a pensar en ponerme en su coreografía. Y yo lo hice, porque quería bailar. Y tuve la oportunidad.

-¿Alguna vez te temblaron las piernas antes de entrar a escena?

-Te cuento, es así: dos o tres horas antes, ya estoy con el tucu tucu, y cuando me encuentro tras bambalinas, fuera de la escena, se acelera más mi corazón, pero entro en la atmósfera. Y entonces, cuando me toca salir, siempre hago esto: inhalo profundamente, al exhalar sujeto mi abdomen bien adentro y salgo. No sé dónde lo aprendí. Una vez lo experimenté quizás y me resultó, me sentí como controlada, y al mismo tiempo liberando mis extremidades. Usé siempre esa técnica, porque el inhalar te carga de energía y exhalar te relaja.

-¿Te gustaba más bailar como solista o en equipo?

-No me hacía gran diferencia. La energía que yo ponía para una cosa o para la otra fue siempre la misma, sin importar si estuviera sola o al lado de dos, tres, 10 personas. Lo importante era estar en escena.

-¿Qué hiciste cuando volviste de Brasil?

-A mí me había tocado mucho la danza moderna, porque ese era el lenguaje que me permitía expresarme mejor. Era lo que yo quería investigar y profundizar. Era ahí donde quería crear. Pero cuando volví, aquí en Asunción era casi todo ballet clásico. Entonces me dije: ‘Tengo que abrir un espacio donde pueda volcar todas esas ganas de bailar con un cierto estilo, diferente a lo que es el ballet’. Primero empecé enseñando en el patio de mi hogar. Después había un lugarcito con madera en la residencia del vecino, donde su niña quería estudiar. Después le alquilé a mi hermana una parte de su casa. Y así, poco a poco, hasta llegar a la escuela que tenemos hoy.

-¿Qué aptitudes creés que debe tener un buen bailarín o una bailarina?

-Por un lado, conocer qué es la danza, el ritmo, las frases, los estilos. Pero también conocerse a sí mismo. Cuánto puede dar, explorar a ver qué lo mueve, lo sacude, lo impresiona. Todos los sentimientos que pueda descubrir a través del movimiento de la danza. Ese es un proceso que se va experimentando, a medida que uno crece.

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- ¿Ya colgaste las zapatillas?

-Cuando empecé con la escuela, durante muchos años, a la par que bailaba daba clases, ensayaba. Y es difícil porque es muy complejo y estresante montar una obra y dirigirla. Pero después de 12 años dije: “Ahora solamente voy a enseñar”. Pero nunca dejé de bailar. Siempre, a la par que bailan las niñas, yo estoy al costado danzando con ellas. Hasta hoy pongo los videos y sigo contando los tiempos, viendo cómo es el movimiento. Además, practico danza contemporánea, le doy mi tiempo a la mañana. Yo creo que el día que deje de moverme, quizás ya no voy a estar en condiciones de seguir con la escuela. No me puedo quedar quieta.

-Hay una creencia generalizada de que el ballet no es para la gente humilde, sino para la de clase media alta, por los costos. ¿Qué decís al respecto?

-Eso a lo mejor era así en otro tiempo. Pero hace muchos años que hay instituciones que son del Estado donde dan espacio a gente que necesita becas. Entonces ya no es: ‘No puedo porque no tengo suficiente ingreso para mandar a mi hija a estudiar’. Eso no es limitante, porque podés conseguir lugares con becas y todo se plantea como para que puedan estudiar y bailar. Acá tenemos varios centros de estudio que forman personas que terminan siendo excelentes bailarines aquí y afuera. O sea, lo económico no es una barrera cuando uno quiere bailar.

-¿Cómo ves la situación de la danza clásica y contemporánea hoy en Paraguay?

-Hace 35 años, cuando yo recién vine de Brasil, no había nada. Pero la cantidad de escuelas para formar bailarines creció mil veces y sigue creciendo. Además, hoy tenemos centros culturales que contribuyen, pero necesitamos muchísimo más apoyo de parte del Estado.

-¿Creés que una persona puede vivir de la danza hoy en Paraguay?

-Si tenés una escuela, podés vivir, aunque cada vez hay más competencia. Pero si sos bailarín de una compañía, no. Es muy difícil, porque para poder solventarse con el baile hay que a dar clases, montar coreografías, bailar aquí, bailar allá. Yo hubiera preferido dedicarme solamente a bailar en mi juventud, luego de terminar mi formación. Pero yo tenía dos niños que mantener y solamente podía hacerlo si me dedicaba a la enseñanza también. En realidad no era un sacrificio, porque tenía mucho para dar, y enseñar es algo que hago con mucha pasión, como bailar.

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-¿Qué tipo de sacrificios debe hacer un bailarín?

-Sabemos que el bailarín tiene como instrumento su cuerpo, así que debe cuidarlo mucho. El que es músico tiene su violín y lo cuida. Pero el bailarín posee su cuerpo y tiene que tener un buen entrenamiento, pero no exigirle más de la cuenta, porque se puede lesionar. Además, debe alimentarse y dormir bien, porque si no lo hace, a la larga va a sentir los efectos. Entonces, el bailarín debe conocer muy bien su cuerpo y tener esa sabiduría de cómo cuidarlo.

-¿Qué es más importante, la técnica o la emoción?

-En un profesional es muy importante su técnica, pero también su interpretación, su expresión, el sentimiento con el que baila toda esa coreografía. Si no, ¿qué te da? unos pasos lindos, muy acrobáticos, pero no llega a producirte piel de gallina. Porque al hacer un simple movimiento de brazos, hay algo de tu alma que transmitís. No es algo mecánico, hay una expresión, una actitud que viene desde tu ser interior. Yo diría que te podés aburrir si es un gran bailarín que no te dice nada. Por ejemplo, Rudolf Nuréyev, un gran bailarín ruso que ya falleció. Yo lo vi solamente en video, pero no voy a olvidar nunca la caminata cuando él entra en escena y va de un punto al otro punto. Esa presencia de escena nada más ya te toca el corazón. Cuando se para el bailarín o la bailarina, ya sabés si está imponiendo su presencia, si te va a contar algo. Así que, para mí, las dos cosas son fundamentales: técnica e interpretación.

-¿Qué es lo que más satisfacción te dio o te da, como bailarina?

-Yo creo que las satisfacciones que uno experimenta son las que vive internamente. No es el hecho de que alguien te diga: "¡Qué bien bailaste, qué linda tu coreografía!”. La satisfacción es la que uno logra desde su propio ser.

-¿Qué es la danza para vos?

-Es un medio para expresarme. Yo nunca bailé para mostrar una hazaña. Siempre lo hice porque lo que me tocaba interpretar me ayudaba a expresarme, a través de un tema, no importaba cuál fuera. Tu ser se transporta y eso es lo que te hace bien. Bailar para mí es como estar flotando en el aire.

TRAS SUS PASOS

Marisol Pecci Balart nació en Asunción y tiene 63 años. Se formó en la danza con Tala Ern de Retivoff y con reconocidos maestros del exterior, entre ellos Ismael Guiser y Yoko Okada. Integró el Ballet Municipal de Asunción y el Ballet Ismael Guiser de San Pablo, Brasil. Se especializó en danza clásica, moderna y jazz. Además de bailarina, es coreógrafa, profesora y directora de la academia de danza que lleva su nombre, fundada hace más de 35 años, donde enseña en la línea clásica y también contemporánea. Es madre de cuatro hijos y abuela de cuatro nietos.

PREMIOS

En su faceta de coreógrafa, Marisol ganó varios concursos internacionales. En Joinville (Brasil), lo hizo con su trabajo Admiración (1995) y Bajo el sol (2001). También en el Primer Concurso Internacional de Danza organizado en Asunción por Fundación Pro Ballet y Ballet Nacional, con el trabajo Grito de vida (1997). En 2010 ganó el concurso coreográfico Por amor a la patria, con la obra Py’a guasu (Coraje) y fue distinguida por el Cabildo entre los Maestros del Arte.

MUCHOS BAILARINES, POCOS TEATROS

La escasa cantidad de teatros en condiciones para que los estudiantes de danza puedan realizar sus presentaciones es una preocupación para Marisol Pecci. “Tenemos solo el Teatro Municipal, el de la Alianza Francesa y el del Centro Paraguayo Japonés con condiciones para una escuela de danza, es decir, infraestructura con camerinos suficientes, etcétera. En el teatro del Banco Central del Paraguay, hace unos años pusieron una restricción –que para mí no se justifica– que prohíbe el ingreso de menores de 13 años. Eso es impensable, el niño tiene que subir al escenario, sino ¿cómo se va a formar? Los teatros tienen que estar abiertos para la comunidad”, se queja. A su criterio, la Municipalidad debería plantear a los grandes edificios que contemplen un centro cultural con escenarios aptos para teatro y danza.