Ya comienza el desfile de cachivaches para el 2018

Por Lupe Galiano

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Por Lupe Galiano

Poblados enteros están aislados. Por día suman personas afectadas por la crecida. Las familias pierden sus muebles, sus animales domésticos, sus ilusiones y en algunos casos hasta a sus seres queridos. Los jóvenes se sienten ahogados entre un presente con escepticismo y un futuro sin esperanza. Los prejuicios de los barrios altos proliferan como camalotes. En síntesis: El Paraguay se hunde. Pero los políticos ni ahí están con la realidad de la gente, de la misma gente que les vota para que usen y abusen de los cargos.

A estas alturas, cuando el río Paraguay amenaza con sobrepasar todos los límites de las pasadas inundaciones y cuando todavía faltan dos años para las elecciones generales, ya comienza la danza de los nombres, las alianzas y la eterna amenaza de la reelección, una especie de película de terror que se repite cíclicamente, como las crecidas.

Como todos los presidentes que le precedieron, el Cartel saca a relucir al dos por tres reelección y la consecuente reforma constitucional. Que sí, que no, que no caiga el chaparrón, porque el mundo se le viene abajo y el tipo piensa que puede seguir apoltronado en el sillón de López, sin hacer nada. Además de mucho dinero, todavía le quedan algunos amis que están dispuestos a apoyarle.

Mientras, en medio de las aguas que bajan turbias, aparece Nicanor. Ahora como el salvador del partido, después de haber sido el Mariscal de la Derrota. Volvió con un discurso que es un chiste: “No podemos vivir con los ojos en la nuca, mirando al pasado”, como si él y todos los brontosaurios de su partido representaran al futuro. Bueno, ni siquiera al presente.

Otro que quiere y ojalá no lo consiga es Marito, el dinosaurio. Un tipo de abolengo como pocos. Su padre fue un prócer del stronismo y los integrantes de su familia siguen honrando al dictador haciendo lo que mejor saben: beber de las fluyentes e inagotables canillas del Estado, que más que agua manan miel.

Tras bambalinas les mira la Chuckie, con sus gigantes agujas para tejer y destejer los hilos de la marea colorada que nos está ahogando desde hace más de 50 años.

En la otra vereda –aunque nunca es claro dónde están parados– un ciudadano Alegre, el señor Banana y un hombre Llano se trenzan en internas de nunca acabar.

Como frutilla de la torta, anda dando vueltas Lugo, un tipo que ni siquiera pudo ser como Boabdil, a quien su madre acusó de “llorar como mujer lo que no supo defender como hombre”. Este directamente ni tuvo lágrimas para llorar. Los únicos que lloraron fueron los ciudadanos que una vez más vieron interrumpida la democracia.

Y como tenemos tanta suerte, seguro resucita Lino, Argaña o el Pato Donald.

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