Si me equivoco…, by Marito

Por Miriam Morán

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El presidente Mario Abdo tiene una capacidad inmejorable para reforzar la instaladísima frase: Desastre ko Marito. Ahora lo hizo con la designación del empresario Eduardo Felippo al frente de Conacyt, pese a las manifestaciones, notas y pedidos de la comunidad científica del país.

A renglón seguido, el presidente ratificó: “Voy a asumir el riesgo de tomar la elección que tomé”. De un chiste, como calificó el sociólogo José Carlos Rodríguez la decisión de Marito, pasamos a la duda de cuán alto es el riesgo que está asumiendo Abdo con la cuestionada elección. Sobre todo sabiendo que el desarrollo de la investigación es fundamental para modificar la realidad.

Y, por otro lado, las consecuencias de una mala decisión las pagamos todos, él mete la pata y todos recibimos los efectos nocivos de esos errores. No está administrando su casa o su empresa, donde puede equivocarse las veces que se le dé la gana. No es suficiente con asumir el riesgo, es necesario disminuirlo a menos cero.

“Son atribuciones que tiene el presidente. No fui parte del proceso de la terna. Para mí rechazar una terna debe ser un caso extremo. Hay que respetar, estamos en democracia; tenemos que ser tolerantes. Los que más hablan de democracia son los menos tolerantes”, expuso Marito para quien, por lo visto, escuchar a las comunidades afectadas por el tema no forma parte de la democracia. Y he aquí donde radica lo más preocupante: ¿Escucha a la gente, a las comunidades? ¿Entiende lo que está pasando? ¿O le ocurre lo que a su par chileno, quien reconoció que no comprendió la naturaleza de las demandas sociales?

El filósofo chileno Ignacio Moya Arriagada, analizando los acontecimientos violentos en su país, habla de la ignorancia epistémica (desarrollada por el filósofo español-estadounidense José Medina). Haciéndola corta, sostiene que las personas, dependiendo del lugar que ocupan en el orden social, tienen acceso a distintos recursos espistémicos (del conocimiento). Y como la sociedad es desigual existe una desigualdad espistémica.

Según este análisis, las personas en posición de privilegio acceden a conocimientos que otras no tienen, pero esto puede ser una desventaja porque alguien en posición de poder tiene más probabilidades de caer en la arrogancia epistémica. Y así las personas creen saberlo todo y están acostumbradas a hablar siempre desde la autoridad y sus oportunidades para conocer sus límites, para equivocarse, autocorregirse y aprender cosas nuevas disminuyen.

Moya escribe que como consecuencia de esta arrogancia epistémica se produce una desconexión entre el poderoso y el oprimido que los políticos buscan suplir con empatía. Pero resulta que “el que tiene el poder no conoce y por ende no sabe lo que realmente está ocurriendo en la sociedad en su conjunto, es capaz de sentir empatía por el dolor del otro”, explica el chileno. Y advierte que esta empatía puede llevar a tomar decisiones que benefician a los desposeídos pero tiene su límite: “Ayudar, hacer caridad sin saber qué es lo que está realmente sucediendo es la sociedad solo sirve para postergar los problemas”.

La tragedia de este Gobierno (Piñera), dice Moya, y de los políticos en general no se soluciona con más empatía. Y pone el dedo sobre la llaga: “Este es un problema cognitivo, de conocimiento. Muy todopoderosos, inteligentes y capacitados se sentirán, pero cuando se trata de temas de justicia social y de construir una sociedad más armónica y justa no tienen idea de lo que se necesita. Simplemente no saben. Tienen una carencia cognitiva que les impide tomar las decisiones necesarias”.

Esto sucede en Chile, según Moya. ¿Solo en Chile? Cualquier parecido con nuestra realidad es alarmante. Menos mal que ya termina el año y podemos ilusionarnos con que mañana todo será nuevo. ¿O no?

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