Querida Brittany

Por Gustavo A. Olmedo B. golmedo@uhora.com.py

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Una joven estadounidense, Brittany Maynard, anunció que este sábado 1 pondrá fin a su vida, por sufrir un cáncer terminal del cerebro, y así evitar pasar por las etapas más duras de la enfermedad. Esto lo comunicó en un video que publicó en YouTube este mes y que ya fue visto más de 8,7 millones de veces.

Antes, la joven de 29 años cumplió varios deseos, entre ellos, conocer Alaska y el Gran Cañón del Colorado. La joven morirá en su cama matrimonial, con la música que le gusta, rodeada de su marido, su madre, su padrastro y su mejor amiga tras ingerir el fármaco letal que le quitará la vida.

La dramática y triste decisión plantea preguntas radicales e importantes sobre la vida y la muerte; cuestionamientos que valen considerar en una sociedad acostumbrada a evitar mirar de frente al dolor y el final de la existencia, porque carece de respuestas o no comparte las existentes. La desaparición física, casi siempre, es una invitación a profundizar sobre quiénes somos y cuál es nuestro destino; un convite necesario aunque siempre incómodo.

Más allá de la legalidad de la eutanasia en algunos estados o países, corresponde entender si es justo, razonable o hasta humano –si se quiere– terminar con algo tan valioso, único e irrepetible como la propia vida. ¿Es el dolor o la inevitable muerte, razón suficiente? ¿Quién puede determinar el motivo adecuado para renunciar a vivir el tiempo –diálogos, miradas, cariños– que aún tengo disponible y que no puedo determinar con precisión su final?

“Querida Brittany: Nuestras vidas valen vivirlas, incluso con cáncer cerebral”, escribió a la mujer, Phillip Johnson, de 30 años, al que le diagnosticaron cáncer cerebral de grado III.

El seminarista y ex oficial de Marina de EEUU considera que al acabar su vida prematuramente, Maynard se perderá los “momentos más íntimos de su vida” a cambio de una opción más rápida, y que si deja de lado la idea de suicidarse y escoge luchar contra la enfermedad, ella sería “un ejemplo increíble e inspiración para otros incontables en su situación... y, ciertamente, una inspiración para mí mientras continúo la lucha contra mi propio cáncer”, escribe Johnson, quien asegura que no renuncia a la vida porque sabe que “significa mucho para su familia y amigos”, además de esperar un milagro, por ser un hombre de fe.

La verdadera “compasión” –señalan algunos documentos sobre la eutanasia– hace solidarios con el dolor de los demás, pero no elimina a la persona cuyo sufrimiento no se puede soportar.

Quizás el caso de Brittany nos puede ayudar a descubrir cuál es la verdadera consistencia de nuestra vida –aquella que se percibe en momentos críticos–, y a preguntarnos, sin temor, si el mal tiene la última palabra sobre ella.

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