Obras

El nuevo Gobierno cumple nueve meses, tiempo para concebir un nuevo ser, algo distinto que surja como respuesta a uno que planteó arrasar con todo a punta de dinero y coerción.

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Cualquiera de entre los electos entre Abdo y Alegre tenía la obligación de una gestión eficaz, transparente y empática con la gente. Eso era lo que se quería en contraposición a la soberbia, altanería, prepotencia y cercanía con actores del juego sucio del gobierno que se fue.

Debemos decir que poco se avanzó y es entendible el malhumor presidencial con sus colaboradores a los que les dijo que este sería “el gobierno de los ministros” en contraposición al de “los gerentes” de los tiempos de Cartes.

Lo que se nota es una notable limitación en términos de gestión, de llevar adelante las cosas, de hacer... que sumadas a la retracción económica –tal vez su consecuencia más clara– ha rodeado a su gobierno de la sensación de desorden y de escaso compromiso con el país. Ello sumado al momento climático que llena de damnificados ribereños, la sensación general es que estamos todos severamente hundidos.

Claramente la sacudida presidencial y la amenaza de remover a sus colaboradores ineptos para el 15 de agosto puede sacudir a algunos, pero el pytyryry (incapaz) no se volverá en katupyry (diligente) solo con la amenaza. Si no tiene capacidad, aunque le amenacen con despedirlo no podrá hacer muchas cosas.

Falta un director de orquesta, una partitura que agrade a la población y, por sobre todo, un trabajo en equipo. Solo con ver los tuits de sus cercanos colaboradores, como el jefe de Gabinete, uno se da cuenta de que cada cual “anda por su cabeza”, al decir popular paraguayo. La vocería sobre cualquier tema recae en quién pase cerca de un micrófono mientras todos esperan que el conductor diga qué instrumento debe sonar y con qué fortaleza.

Hay desorden en el Gobierno, no hay una línea clara de acción y el presidente debe asumir su condición de tal. Su cargo es indelegable y requiere obrar en consonancia con los mandatos populares. La derrota colorada en Ciudad del Este la asumió personalmente luego de enviar a su vicepresidente a una tarea absolutamente innecesaria a los fines de la República. Perdió y dijo que era su responsabilidad. Debe ganar en el terreno de la acción. Cada ministerio debe tener metas que cumplir por día, semana y mes, y aquel ministro que no lo haga debe marcharse por el bien de la República. No hacerlo es agitar el fantasma de la nostalgia del gobierno que se fue y hundir en descrédito a la democracia.

Los instrumentistas no funcionan sin un director y este no puede decir que no le gusta dicha tarea porque para eso plebiscitó su nombre y lo eligieron. Debe ponerse por delante y asumir la gerencia de la República.

Se acabó el recreo. Fueron nueve meses viendo que la economía no despega y que sus cercanos colaboradores se empeñan en aumentar impuestos, cuando corrigiendo la mala gestión del Estado sacaría más plata para afrontar los compromisos. Pobre idea la de reflotar los consejeros tanto como el servicio militar obligatorio de los jóvenes.

No habrá mucha paciencia ni tolerancia ciudadanas si no se resuelven las cuestiones centrales, si no hacen la tarea sus colaboradores, pero por sobre todo si el presidente no asume su condición de tal. Parafraseando a Ortega y Gasset: “Paraguayos… a las obras”.

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