No da más

Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

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Dicen que el hartazgo es el límite de las ilusiones y de las esperanzas. Agregaría que es además la antesala del cambio y el renacer de las más altas aspiraciones. Nuestra democracia –asemejada a una niña no querida y abandonada en la puerta de nuestra casa– ha probado en aciertos y errores ser el mejor mecanismo para alcanzar la libertad y la justicia.

El medio, no el fin. Pero cuando vemos que por descarte hemos escogido a los menos malos que podíamos y nunca a los mejores, nos embarga una frustración que requiere repensar y volver a plantearnos el camino por desandar. Antes de que sea demasiado tarde y lo lamentemos, esta democracia hoy es solo un rótulo y un acto sacramental sin liturgia cívica.

Los tres poderes del Estado muestran profundas grietas. El electorado es cautivo de la supervivencia y el engaño cotidiano. Hay un escaso apego al cumplimiento de los mandatos de la Constitución y las leyes, nulo interés en fortalecer las instituciones y una reiterada muestra de egoísmo que encuentra en la corrupción y en la insolencia de los mandatarios sus manifestaciones más viles. Incoherentes, mendaces, atorrantes y ladrones se pasean con una impunidad que insulta y rebela internamente. En vez de asustarse por la metáfora de la quema del Congreso o el asesinato de un joven en un local partidario, los administradores del poder inventan y fabulan sobre la realidad, porque están convencidos de que esto da para más y que “así nomás han sido las cosas en Paraguay”.

Están equivocados. Estos son tiempos absolutamente distintos y lo que hacen es prolongar la agonía de un sistema incapaz de hacer frente a un periodo de transformaciones profundas. Se resisten a creer que vivimos tiempos nuevos. Con ciudadanos distintos, con una realidad económica que no es medible por los mismos estándares de siempre y es por eso que el país crece, pero no se desarrolla, por eso nuestros números positivos de crecimiento anual de la economía son mayores que los europeos, pero somos superados solo en pobreza por los bolivianos.

Hemos hecho del cinismo toda una forma de relacionamiento social que encubre torpemente las cosas que están mal y que no se quieren cambiar. Tenemos un sector público egoísta lleno de privilegios, al que se han sumado “nuevos gerentes” que lo han colonizado para continuar medrando a costa de un país rico en potencialidades, pero pobre en educación y oportunidades.

Ellos, que han convertido “la matriz salarial” en un esquema lleno de privilegios, bonificaciones, sobresueldos, presentismos y vacaciones, encuentran absolutamente lógico que el candidato presidencial sea uno que no conoce lo que es ganarse el pan trabajando duro, medido cada día en función de resultados y no de claudicaciones éticas y debilidades de carácter que se presentan como virtudes de hojalata con el que hace ruido para confundir y medrar... como siempre. Están provocando la ira y la furia, y no se dan cuenta del calado que puede tener esa circunstancia para todos.

El primer país que conocí en mi vida fue Venezuela, en 1978, y escribí sobre eso. Sobre esta realidad que hoy nos toca. Mis amigos caribeños se rieron y afirmaron que “la fiesta nunca acabaría”. Ahora cuentan cadáveres, suman exiliados y han quebrado uno de los países más ricos del planeta.

La realidad nos grita que esto no da más. Por eso decidí escribir un libro que deseo fervientemente no sea jamás la hoja de ruta del fracaso, sino la advertencia de lo que habría que corregir con urgencia porque esto sinceramente: no da más.

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