Marcha por la paz

Por Guido Rodríguez Alcalá

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El domingo 29 de noviembre tendrán lugar, en más de mil lugares del mundo, manifestaciones por la paz. Por desgracia, no habrá manifestación en París, a causa de las medidas de seguridad impuestas como respuesta al atentado criminal del pasado viernes 13. De todos modos, París estará presente en todas las manifestaciones mundiales, por solidaridad y por ser la sede de la conferencia llamada COP 21, reunida para combatir el cambio climático; combatirlo es luchar por la paz.

En marzo del año pasado, el Departamento de Defensa norteamericano publicó un documento donde calificaba de “multiplicador de amenazas” al cambio climático. En esto, el Departamento coincide con un documento de ese mismo mes de las Naciones Unidas; con las advertencias de la CIA y del grupo ecologista 350.org, cuyo sitio web merece consultarse. Grupos e instituciones de orientaciones ideológicas muy distintas están de acuerdo aquí.

El cambio climático, en sí mismo, no provoca guerras ni revoluciones, pero, donde existen tensiones, las vuelve mucho más graves. Un ejemplo patente es el de Siria, gobernada desde 1970 por la familia Asad: primero el padre, Hafez, hasta el año 2000, luego el hijo, Bashar, desde entonces. Lo que agravó las cosas en esa tiranía de suyo insoportable fue la sequía de 2006 a 2010; la peor de toda la historia de la región, llamada Creciente Fértil, y que abarca parte de Siria, de la Mesopotamia del Éufrates y el Tigris, y el valle del Nilo (la cuna de la civilización).

La sequía convirtió en desierto el 60% del territorio sirio y obligó a migrar a las ciudades a millones de personas. En las ciudades, los migrantes no recibieron ninguna ayuda del Gobierno, y el país se convirtió en terreno propicio para el estallido social. La insurrección, por lo demás justificada, comenzó en diciembre de 2010; grupos extremistas la aprovecharon para el sistema totalitario del Estado Islámico.

Según analistas, el de Siria es el primer conflicto provocado por el cambio climático. Quizás no sea el primero, porque el de Malí tuvo una causa similar: la destrucción de un ecosistema a causa de una tremenda sequía. Al borde del desierto de Sahara, existe en el África ecuatorial una zona llamada Sahel, que va desde el Atlántico hasta el Mar Rojo. Aunque semidesértico, el Sahel permite una cierta forma de ganadería primitiva; en Malí, es el territorio de los tuaregs, musulmanes que han tenido conflictos con los cristianos o animistas de la capital (Bamako). En 2012, una tremenda sequía asoló el territorio de los tuaregs, que se sublevaron y ocuparon más de la mitad de Malí; fueron contenidos por la intervención francesa de 2013, sin que desapareciera el conflicto.

Considerando que 2015 ha sido el año más caluroso que se conozca, no debe sorprender que se agraven y multipliquen los conflictos como los de Siria y Malí, que no son los únicos de ese tipo: de ahí la gran ola migratoria hacia Europa. Por eso combatir el cambio climático es luchar por la paz, como señala el analista Michael Klare en su artículo del sitio www.TomDispatch.com, que he comentado aquí.

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