La densa neblina del miedo

Por Arnaldo Alegre

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En Pedro Juan Caballero se extiende impertérrita una vieja neblina. Y no es la que habitualmente cubre su suelo. Esta es peor: es la neblina del miedo, del silencio impuesto y de la atroz verdad de tomar como algo normal el desvergonzado imperio del crimen.

El jueves amaneció tranquilo en la terraza del país. Raramente para esta época del año el sol despuntó rápido e iluminó la ciudad. El mercado municipal bullía, el colegio Florencio Acevedo (sí, es el padre del actual presidente del Senado y supuesto enemigo del narco eliminado) se llenaba de criaturas, y la farmacia rociada a tiros abría en medio del trino de los pájaros.

Todo muy hermoso si no fuese porque doce horas antes esa esquina fue testigo de uno de los crímenes más violentos y descarados que se recuerda en la ciudad.

Como en Irak o Somalia, una camioneta artillada con una ametralladora antiaérea .50 se desplazó sigilosa para eliminar a su presa. Por la intervención de Dios, Buda y otros héroes solo hubo un muerto. Y uno a quien es fácil no extrañar.

En el instante del ataque, algunas grabaciones caseras atestiguaron la desesperación de los involuntarios partícipes del hecho. Pero después, nada. Ni siquiera en las siempre escandalizadas redes sociales hubo un llamado de los pedrojuaninos para que se imponga la paz, ni siquiera un amague para salir a las calles a protestar por la violencia.

La ciudadanía –la parte más débil de este eslabón de miedo– optó por una medida práctica de supervivencia: mantener la boca cerrada.

En tanto, el gobernador habló en monosilábicos tratando de explicar lo inexplicable. El intendente no sabía si huir o atender a una prensa al borde del escándalo. Los fiscales optaron por toda la puntillosidad profesional posible para no enojar a nadie, en especial a los malos. El comisario de la zona andaba como perdido porque la ciudad literalmente se le llenaba de tiros.

Y mientras tanto en Asunción... el jefe de la Senad daba una clase magistral para entender el drama de la mafia pedrojuanina. Jamás dijo cómo iba a combatirla. El ministro del Interior no se quedó atrás. El presidente (quien por cierto jamás termina de aclarar sus nexos con el comercio de frontera, diciéndolo de la forma más elegante posible) solo calló.

Este no fue un ajuste mafioso más (y ÚH lo reflejó en una dura y justificada tapa). Fue una muestra del real poderío del narcotráfico en Paraguay. Y del maldito miedo.

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