Esta Iglesia precisa cura

Por Adrián Cattivelli - En Twitter: @adricati

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Por Adrián Cattivelli – Adrian-Cattivelli

El papa Francisco no llega precisamente en el momento más luminoso de la Iglesia Católica paraguaya, al menos en su nivel jerárquico.

Si uno observa lo que en ese ámbito ha venido aconteciendo en los últimos quince o veinte años, palidecería irremediablemente. Y no lo digo como católico convencido, que no lo soy, sino como periodista; simple observador de la realidad política, social, cultural y religiosa –por qué no– que nos circunda.

El último escándalo estuvo protagonizado por el entonces obispo de Alto Paraná, Rogelio Livieres, y el arzobispo de Asunción, Pastor Cuquejo. De esto conoce algo el propio Francisco, ya que fue a raíz del entuerto que dispuso la tajante destitución del primero.

Todo comenzó con la consabida y polémica presencia del cura Carlos Urrutigoiti en la diócesis de Livieres. Ante las acusaciones sobre su supuesta participación en hechos de pederastia y la advertencia arzobispal sobre una eventual denuncia al Vaticano, Livieres optó por develar la hipotética homosexualidad de Cuquejo.

Pero si vamos un poco para atrás, el panorama no es menos desalentador. Desde el hecho de que Fernando Lugo –había sido– violó su voto de castidad cuando fungía como obispo en San Pedro, no solamente teniendo un número nunca precisado de novias, sino también de hijos; hasta la repentina salida del episcopado activo de Óscar Páez Garcete, por motivos nunca del todo aclarados por parte de la Conferencia Episcopal (órgano jamás destacado por actuar con transparencia y honestidad de cara a sus seguidores).

Un poco más hacia atrás, en 2002, el diario abc Color publicó una investigación periodística en la que salían a relucir las supuestas andanzas del entonces obispo de Encarnación, Jorge Livieres Banks. En aquella época me tocó entrevistar al afectado y, más allá de que nunca se dilucidó si su caso se caratuló como abuso de menores o ejercicio de la prostitución, lamenté su (merecido) defenestramiento, sobre todo considerando el destacado lugar que ocupó en épocas de la dictadura a favor de una apertura democrática, con el Acuerdo Nacional.

Ni hablemos ya del obispo de la Cordillera, Demetrio Aquino, sobre quien también pesaron reclamaciones por el manejo de las finanzas diocesanas durante la construcción del santuario de Caacupé. Lo cierto es que fue “renunciado” antes de cumplir la edad reglamentaria.

En fin. Si Francisco desea que la Iglesia paraguaya recupere algo de credibilidad de la que alguna vez gozó, es menester que tenga un discurso firme puertas adentro, recordándoles a sus obispos y sacerdotes que, como dijo un santo, “el mejor predicador es Fray Ejemplo”.

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