En clave fundamentalista

Carolina Cuenca

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Intercambiábamos opiniones en días pasados sobre en dónde buscar inspiración para realizar el cambio cultural que necesitamos en Paraguay.

Mi visión personalista de la solución a los problemas sociales resultó algo “conservadora” (lo cual me honra) y no faltó quien lanzara al aire el calificativo que, cual daga léxica, es la que hiere con más profundidad hoy cualquier intento de diálogo serio: “fundamentalista”.

Nadie soporta de buena gana la carga de esta tilde sobre su persona o discurso. Hoy es mejor ser insulso, hipócrita, cínico o manipulador, antes que intentar defender verdades fundamentales como universalmente válidas.

Es un calificativo casi equivalente a aquel “comunista”, que en la dictadura podía hacerse incluso contra recalcitrantes liberales principistas (los más alejados ideológicamente del marxismo) para hacerlos caer en desgracia.

Con consciente ironía, antes que intentar una defensa justa ante tal acusación, considero que se podría hacer uso de esa expresión pesada y para muchos desagradable para referirme a lo que podría llamar la receta en clave “fundamentalista” de un líder culto, sacrificado, leal, inteligente, pero sobre todo efectivo en materia de cambios culturales positivos que tuvo nada menos que nuestro país, sí un gran desconocido al que Nora Gauto, Javier del Haro en colaboración con Ana Burró y Jorge Larrosa están devolviendo a la memoria colectiva, gracias a su biografía recientemente publicada.

Me refiero a Juan Sinforiano Bogarín. Un hombre que vivió su infancia campesina en plena posguerra del 70 y acompañó y protagonizó como obispo 54 años de la historia reciente de nuestro país, incluidas las revoluciones que durante tantas décadas del siglo XX infestaron de odio y pobreza extrema a nuestra sufrida nación.

Ahora que estamos parados nuevamente en las movedizas arenas de la época electoral, habría que revisar cómo aplicó Bogarín con tanta eficiencia su máxima educativa: Suaviter et forticer (suave en las formas, fuerte en los principios), así como su contundente lema episcopal: Pro aris et pro forcis (por el altar y por el hogar) para lograr dar tantos pasos adelante hacia la consecución del deseo más anhelado de su vida: “la reconstrucción moral y la unidad nacional”.

Con esa “inteligencia de la realidad” de marcado acento guaraní trazó como prioridades de la reconstrucción cultural el cuidado de la institución familiar, la difusión de los valores cristianos, la justicia como respuesta no ideologizada al problema social, el discurso y la práctica de la reconciliación y de la unidad en busca del bien común. Y esto hizo eco en el corazón del pueblo, que acogió y puso en práctica su receta.

Candidatos, en vez de pescar en río revuelto tantos discursos clichés, empalagosos y foráneos que a nadie convencen, sería bueno revisar los hechos, de lo que sí ha resultado aquí entre nosotros, al menos en parte, para levantar del polvo a esta noble doncella que desean ustedes desposar. De lo contrario, que la patria os lo demande.

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