Dios confía en nosotros

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Hoy meditamos el Evangelio según san Mateo 21,33-43.45-46, que nos recuerda una de las parábolas de Jesús más dramáticas, porque pone al descubierto lo oscuro que hay en el corazón del hombre. La imagen de la viña nos remite al Antiguo Testamento y, de un modo muy particular, al capítulo quinto del libro de Isaías. La viña es Israel, el pueblo sobre el que Dios ha derramado de un modo tan especial su amor y sus dones. La viña nos habla de cuidado, de frutos, de vida. Jesús intentó con su predicación y sus obras hacernos comprender lo inconmensurable del amor de Dios Padre por nosotros: un amor fiel que nunca se retira, ni siquiera cuando es rechazado.

La parábola del Señor nos habla de personas que han dado la espalda al amor de Dios y han pervertido el depósito que ha sido puesto en sus manos. De nuevo el desagradecimiento, el orgullo y la codicia en el origen de la destrucción y la muerte. Una ceguera, un tanto irracional, podría llevarnos a pensar que, lo que tenemos, lo tenemos por mérito propio: que nadie nos lo ha dado. Un corazón endurecido podría llegar a mirar el resto de la creación en función del propio beneficio.

Los frutos vienen del agradecimiento y del amor humilde. Somos criaturas, y Dios ha querido hacernos partícipes del cuidado y gobierno de lo que ha salido de sus manos, de toda la creación. Pero de un modo muy particular de las personas y, entre ellas, con especial empeño, de las que comparten nuestra fe. La consecuencia lógica es clara: acoger con humildad los dones de Dios, ponernos al servicio de los demás. Todo esto solo es posible si acogemos a Cristo, piedra angular.

(Frases extractadas de https://opusdei.org).

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